Page 47 - Bochaca Oriol, Joaquín Democracia show
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un funcionario adjunto al Cuartel General francés. El 7 de Noviembre de 1918 fue enviado al vagón
de ferrocarril de Rhétondes en que debía firmarse el Armisticio. Mientras dictaba el General Foch,
Monsieur Deledicq tomaba sus notas taquigráficamente. A continuación, para hacer cinco copias,
colocó cuatro trozos de papel carbón, poniéndolos al revés, error que repitió en varias otras
páginas, de manera que no sólo muchos pasajes eran completamente ilegibles, sino que varias
páginas quedaron en blanco. Dejó las páginas en blanco a parte, y continuó escribiendo, poniendo
el papel carbón al revés muchas otras veces. Estaba demasiado cansado para darme cuenta, dijo
Deledicq. Cinco minutos después, el Armisticio era firmado por los estadistas, al pié de la última
página, sin que ninguno se diera cuenta de que estaban firmando un ilegible galimatías.
Luego, el texto facilitado a la prensa se sacó de las notas taquigráficas de Deledicq, que se dió
cuenta de su error unos días después al poner en orden sus papeles. Al cabo de un año se lo dijo
al Mariscal Foch, que aún no se había dado cuenta. Deledicq no pudo ser sancionado por
haberse dado de baja de los servicios del Ejército y regentar, entonces, una taberna. Por cierto que
vivió más que todos los firmantes del Armisticio, que debía servir, más tarde, como Preludio del
Tratado de Versalles (83).
Ese infausto Tratado, calificado por una comisión de juristas internacionales como el peor libro del
año 1919, que obligaba a Alemania a entregar territorios metropolitanos y todas sus colonias, a
pagar reparaciones militares y a entregar su flota, la obligaba, además, a entregar... UNA
CALAVERA. En la Parte VIII, Sección 2 del Artículo 246, aparecía la cláusula más extraña que se
ha visto nunca en un tratado internacional. Alemania entregará al Gobierno de Su Majestad
Británica la calavera del Sultán Mkwawa que fue llevada desde el Protectorado del Africa Oriental
Alemana hasta Alemania.
El Sultán Mkwawa había sido el jefe de la tribu Wahhehe en Tanganyka, entonces colonia
alemana. El Sultán capitaneó una revuelta, que los alemanes aplastaron. El Sultán murió en la
batalla, y su cráneo mandado, al parecer, a Alemania, como souvenir. Pero, la tribu de los
Wahhehe, que tenía una gran fé en los poderes mágicos de la calavera de Mkwawa, quería que se
la devolvieran. De manera que amenazaron a los ingleses -que habían ocupado militarmente su
territorio en el transcurso de la contienda- con una revuelta si no les devolvían aquél cráneo. De
manera que los ingleses incluyeron esa demanda en el Tratado de Versalles. Los alemanes
arguyeron que no tenían esa calavera, la cual, en todo caso, nunca apareció (84).
En la santidad de los tratados no creen más que los que están interesados en creer en ellos. Y en
su eternidad no cree nadie, aunque algunos lo finjan. Si los tratados internacionales fueran de
vigencia eterna, como pretendían, por ejemplo, los apólogos de Versalles y pretenden ahora los de
la O.N.U., entonces habría que validar ciertos tratados anteriores, nunca explícitamente derogados,
que producirían muy pintorescas situaciones. Así, por ejemplo, según el Tratado de Troyes,
firmado en 1420, los reyes de Inglaterra tienen pleno derecho a la corona y a la soberanía de y
sobre Francia; según el Tratado de Madrid, firmado por Francisco I de Francia y Carlos V de
España-Alemania, Francia hubiera debido ceder la Borgoña a España. Según el propio Tratado de
Versalles, los Aliados hubieran debido proceder al desarme, tal como hizo Alemania. Según el
Decreto de Nueva Planta, nunca explícitamente derogado, los catalanes deben tener los cuchillos
de uso doméstico sujetos a las patas de la mesa del comedor. Ridiculeces como esa se
encuentran en los famosos tratados a docenas.
Como ejemplo más reciente, contemporáneo, tenemos el caso del articulado y las decisiones de la
O.N.U., con rango de tratado internacional, que obliga a todos los miembros de ese club radicado
en la isla de Mannhattan. Por el mismo se pontificio que no se realizarán anexiones territoriales
que no hayan sido democráticamente refrendadas por los pueblos implicados. Pero el Estado de
Israel, inventado por la propia O.N.U. en 1948, con una extensión de 10.000 kilómetros cuadrados,
tiene en la actualidad cien mil, y dicho estado continúa como miembro de la O.N.U. y no pasa
nada. Y la URSS penetra a sangre y fuego en Hungría, Checoeslovaquia y el Afghanistán y
tampoco pasa nada.