Page 49 - Bochaca Oriol, Joaquín Democracia show
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Siempre hay gentes mezquinas dispuestas a enturbiar la justa gloria de los demás, y no faltó
periodista que dividiera el salario cobrado del país por las cinco generaciones de Cokes, Condes
de Leicester, por los tres minutos escasos de trabajos realizados, sacando conclusiones peregrinas
y antidemocráticas, probablemente sin darse cuenta siquiera, de tal operación aritmética.
Precisamente la aritmética es esencial en la Democracia, que alguien ha definido como el recuento
de cabezas, independientemente del contenido de las mismas. La mayoría tiene razón. La
mayoría de demócratas, se entiende, es decir, de los que participan en el juego. En los Estados
Unidos, por ejemplo, sólo seis de sus cuarenta presidentes fueron elegidos por la mayoría de
electores. Dieciocho lo fueron por la mayoría de votantes. Y trece por menos del cincuenta por
ciento de los votos emitidos. Fueron éstos John Quincy Adams, con un 30'5 por ciento de los
votos; James K. Polk, 49'6 por ciento; Zachary Taylor, 47'4 por ciento- James Buchanan, 45'3 por
ciento; Abraham Lincoln, 39'8 por ciento; Rutherford B. Hayes, 48 por ciento; James A. Garfield,
48'5 por ciento; Grover Cleveland, 48'5 por ciento; Benjamin Harrison, 47'9 por ciento; Grover
Cleveland (segundo mandato) 46'1 por ciento; Woodrow Wilson, 41'9 por ciento; Woodrow Wilson
(segundo mandato) 49'4 por ciento; Harry Truman, 49'5 por ciento; John F. Kennedy, 49'9 por
ciento; Richard Nixon, 43'4 por ciento (89).
Jimmy Carter alcanzó un 50'06, lo que representó algo más de un veintinueve por ciento del total
del electorado. El voto de los negros, que tradicionalmente se vuelca en el Partido Demócrata, ha
ayudado a subir el promedio en los últimos veinte años. Y es curioso que Abraham Lincoln,
llamado el Emancipador, logró algo más de un diecisiete por ciento de los votos del electorado. Sin
los votos de los negros en los estados nordistas, se calcula que su promedio hubiera llegado
apenas a un trece o un catorce por ciento, como máximo. Hubo finalmente tres presidentes que
alcanzaron la máxima magistratura del Estado sin haber sido votados, al suceder
automáticamente, a los Presidentes fallecidos durante su mandato. Fueron aquellos Chester
Arthur, Harry Truman (primer mandato) y Gerald Ford.
Si la Democracia es la apoteosis de la Aritmética, como alguien ha pretendido, creemos que las
cifras que acabamos de dar son lo suficientemente autoexplicativas como para dispensamos de
más comentarios.
En Inglaterra la Democracia ha funcionado siempre con diversas cortapisas, encaminadas, de
manera más o menos disimulada, a limitar la participación, o la importancia de la participación, del
llamado hombre de la calle, o hombre-voto. No ya sólo por la intervención no por simbólica menos
efectiva del poder de la realiza y de la Cámara de los Lores, nombrados parcialmente en forma
digital, sino también y sobre todo por los poderes del llamado caucus o grupo de notables que, en
el seno de cada uno de los tres grandes partidos, promociona a unos hombres, posterga a otros, y
en definitiva coloca en el poder a quien conviene en cada momento. No es posible minimizar la
importancia del caucus en Inglaterra. A principios de mayo de 1940, Sir Neville Chamberlain, que
había sido democráticamente elegido por el pueblo británico, fue prácticamente depuesto por una
maniobra de pasillos en la Cámara de los Comunes; en dicha maniobra, propiciada exclusivamente
por miembros del su propio Partido Conservador, los partidarios de Chamberlain, que fue llevado,
según su propia confesión, a rastras a la guerra y que acariciaba la idea de llegar a una paz
negociada con Alemania, fueron arrollados por el clan belicista, que impuso a Winston Churchill. Y
no deja de ser curioso que este hombre, tan popular en Inglaterra como Lincoln en los Estados
Unidos, nunca ganó una elección cuando se presentó solo. El símbolo de la V -la Victoria de las
democracias en la última guerra mundial-, fue sucesivamente derrotado en las urnas cuando se
presentó como candidato liberal, independiente, conservador, otra vez liberal, laborista
independiente y nuevamente conservador (ala radical). No sabemos si hubiera tenido más éxito
como fascista de haberlo admitido Sir Oswald Mosley en la British Union of Fascists cuando
Churchill se lo pidió en 1929 (90). En todo caso, Sir Winston Churchill nunca llegó a obtener más
de un 40 por ciento de votos ni de una cuarta parte del electorado. Cuando en 1951 el Partido
Conservador obtuvo la victoria, Churchill, entonces con 77 años a cuestas, se presentó flanqueado
por Anthony Eden, que representaba, en tal binomio, la eficacia y aquél el símbolo. A los ochenta
años se retiró de la política. Una bombástica propaganda le ha convertido en un mito, pero mito o