Page 51 - Bochaca Oriol, Joaquín Democracia show
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votos. Pues bien, esa Regla, impuesta en España por los grandes derrotados camaleónicos de
U.C.D., aunque luego se volviera en su contra y beneficiara a los socialistas, no se impuso en lo
esencial. O, al menos, en lo que se nos dice que es esencial en una democracia, es decir los
votos. De haberse aplicado los votos conseguidos en las elecciones del 28 de octubre con la
Regla D'Hont, a una distribución de escaños sobre la pase de un diputado cada 75.714 electores,
el mapa parlamentario quedaría profundamente modificado y los socialistas no tendrían mayoría
absoluta de puestos en el Congreso, como no la tuvieron en las urnas.
No quisiéramos dar la impresión de que esas anomalías aritméticas son insólitas en el Olimpo
Democrático. No son insólitas. Son más que frecuentes. En las famosas elecciones de junio de
1936 que dieron, en España, el triunfo a la coalición de Izquierdas, las Derechas obtuvieron,
oficialmente, un millón de votos más. La explicación radica en que la victoria dependía de los
escaños obtenidos y no, directamente, del Pueblo Soberano, es decir, de la mitad más uno de los
electores.
A veces no obstante, dada la infinita capacidad de los hombres para cometer errores, salen, muy
democráticamente, de las urnas, unos resultados que no convienen. Unos resultados
antidemocráticos, en suma. Y entonces, ¿qué sucede Pues entonces sucede que se anulan, y en
paz. Ejemplos de anulación de resultados de elecciones los tenemos a montones, en la Historia de
este martirizado Planeta. Ahí está el caso, ya relatado, de la forzada abdicación de Leopoldo III de
Bélgica, pese a haber obtenido, en las urnas, una victoria como no la obtuvo ningún partido político
en Europa en la Postguerra, si exceptuamos los dos primeros plebiscitos gaullistas (9l). También
son dignas de mención La invalidación de quince diputados poujadistas (92) quienes, pese a haber
obtenido la victoria en las urnas en sus respectivos departamentos, en Francia, no fueron
investidos de su poder de diputados por haber considerado, el Consejo Constitucional, que sus
opciones políticas eran anticonstitucionales. La privación del derecho de voto a 1.300.000 64
pieds-nois (franceses blancos de Argelia), en 1962, por sospecharse, con fundados motivos, que
iban a votar contra el General De Gaulle y a favor de partidos denominados de extrema derecha.
Por cierto que, por aquéllos tiempos, este autor vivía en Francia, y recuerda su sorpresa al
constatar que ni el Partido Comunista, ni el Partido Socialista, ni la luminaria de la Izquierda,
Monsieur Jean-Paul Sartre, ni los celosos escrutadores de la virginidad del sistema democrático,
capaces de organizar desde una huelga hasta una manifestación con pedradas contra los
escaparates por que en Monomotapa o en Kamchatka no se celebraran elecciones democráticas,
ninguno de esos partidos, ninguno de esos apóstoles laicos, protestó por esta flagrante violación
de los derechos humanos.
Si nos remontamos un poco más en el tiempo recordaremos casos tragicómicos de elecciones
invalidadas, no porque se hubieran cometido fraudes electorales, sino simplemente por que los
resultados no fueron del agrado de los organizadores de los comicios. En 1919, por ejemplo, se
celebraron plebiscitos en Schleswig-Holstein y en Silesia, para decidir si, según la voluntad de las
poblaciones, democráticamente expresada en las urnas, dichos territorios continuaban formando
parte del Reich o si preferían la unión con Dinamarca o Polonia. En ambos casos ganaron,
ampliamente, los partidarios del statu quo, es decir, de continuar formando parte de Alemania. Los
comicios fueron controlados por las tropas de ocupación. No hubo irregularidades ni desórdenes.
No importa. Fueron anulados y ambas regiones partidas en dos, con un trocito, en cada caso,
para Alemania, y otro para daneses y polacos.
Ha habido casos en que las elecciones, o los resultados de las mismas, no han sido anuladas,
pero, en cambio, sí debieron haberlo sido. Nos referimos a los casos de fraude electoral. La
Democracia, como todos tenemos la perentoria obligación de saber, es un sistema excelso, pero
ya hemos tenido la precaución de recordar, oportunamente, que la perfección no es de este
mundo. Vamos a citar a continuación unos cuantos ejemplos de imperfección mundana
democrática. En las elecciones presidenciales estadounidenses de 1961, el candidato del Partido
Demócrata, Kennedy, se impuso al del Partido Republicano, Richard Nixon, por una ventaja de