Page 46 - Bochaca Oriol, Joaquín Democracia show
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afirmaba que los célebres 14 puntos de paz del Presidente norteamericano Woodrow Wilson,
servirían de base para la redacción del susodicho Tratado. Dichos puntos aseguraban que la
guerra no se terminaría con un acto de venganza; ninguna nación, ningún pueblo, deben ser
robados ni castigados. No se llevarán a cabo anexiones territoriales, ni se exigirán
indemnizaciones ni contribuciones. Pues bien, el Tratado de Versalles fue firmado mientras una de
las partes -la parte vencida, naturalmente- sufría un bloqueo por hambre, impuesto por la flota
inglesa y americana. El bloqueo sólo se levantó cuando los vencidos pusieron su firma al pié del
Tratado. Por otra parte, aunque la guerra no debía terminar con ningún acto de venganza, se
obligó al vencido a reconocer su exclusiva culpabilidad en el desencadenamiento de la guerra.
Pese a que ningún pueblo debía ser robado ni castigado, Alemania debió ceder a Francia Alsacia y
Lorena; a Bélgica, Eupen, Moresnet, Malmedy y St. Vith; a Lituania. Memel; a Dinamarca,
Schleswig del Norte; a Polonia, Sudaneu, Posen, la Alta Silesia, Soldau, Pomerelia y la zona de
Dantzig; a, Checoeslovaquia, el territorio de los Sudetes; el Saar fue colocado durante quince años
bajo administración francesa, e incluso la Renania a parte de ser desmilitarizada, fue dos veces
unilateralmente ocupada por tropas francesas, en tiempos de paz. Los Imperios Austro-Húngaro y
Otomano fueron descuartizados. Todo eso a pesar de que no se llevarán a cabo anexiones.
Se dijo que ningún territorio será separado de otro si no es con la expresa aquiescencia y voluntad
de sus habitantes, pero a Alemania se le arrebató todo su imperio colonial, no para darles la
independencia a los pueblos colonizados, sino para ser repartidos entre Inglaterra, Francia,
Bélgica, los Estados Unidos y el Japón.
La paz sin contribuciones ni indemnizaciones consistió en hacerle pagar a Alemania la astronómico
cifra de 137.600 millones de marcos oro. Para dar una idea de lo que tal cantidad representaba,
basta decir que equivalía, entonces, al cuádruplo de las reservas de oro mundiales. Esa cantidad
era treinta y cuatro veces superior a la indemnización que Bismark exigió a Francia en la guerra de
1870, y eso que el Canciller de Hierro nunca pretendió hacer una Guerra por la Democracia y el
Derecho ni en el tratado de paz que siguió a su victoria habló de paz sin contribuciones ni
indemnizaciones. Además, fueron incautados haberes particulares alemanes en el extranjero por
valor de 11.000 millones de marcos-oro, más las flotas mercante y de guerra del Reich y de
Austria-Hungría.
Otro de los puntos de Wilson se refería al desarme general. No obstante, en la práctica los
vencidos fueron desarmados, pero los vencedores continuaron armándose y y gurreando
alegremente allí donde les convino. Finalmente, los cruzados del Derecho , que decían luchar por
la libertad, impusieron el control de las vías fluviales internas de Alemania.
Pero cuando Hitler, empezó a trabajar en pro de la revisión de diversas cláusulas del Tratado de
Versalles, fue acusado de poner en peligro la paz. En cierto modo, era verdad. Un señor que
lucha por recuperar lo que se le ha arrebatado, puede poner en peligro la paz general. Sólo si se
conforma con el expolio continuará habiendo paz, a menos que los virtuosos defensores del
Derecho no decidan imponer otro Tratado a un tercero, para despojarle, invocando a continuación,
para legalizar el despojo, la santidad de los tratados.
Los vencidos se ampararon repetidamente en el Artículo 19 del Tratado de Versalles, que
reconocía que se puede proceder, aun nuevo examen de los acuerdos que, con el tiempo, se
hayan convertido en inaplicables, así como en aquellas situaciones internacionales cuyo
mantenimiento podría poner en peligro la paz del mundo. Ese artículo consagraba el viejo aforismo
jurídico Pacta sunt servanda... sic rebus stantibus los pactos deben cumplirse mientras las
circunstancias permanezcan estables.
No obstante, y ya que los vencedores asían tan desaforadamente por las hojas el rábano de la
estricta legalidad, los vencidos podían haber dicho -si alguien les hubiera escuchado, por
supuesto- que, precisamente, el Tratado de Versalles era nulo por vicio de forma. En efecto,
dieciséis años después de que se firmara el Armisticio, el hombre que lo mecanografió admitió que
una gran parte del texto del mismo era ilegible por su culpa, pero que ninguna de las
personalidades que lo firmó se dio cuenta. El mecanógrafo en cuestión era un tal Henri Deledicq,