Page 64 - Bochaca Oriol, Joaquín Democracia show
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mal comerciante, que es lo peor. Y cuando decimos mal comerciante no nos referimos al aspecto
                  de su deficiencia, archidemostrado y super-admitido, sino al de su moralidad. No aludimos, ahora,
                  a inmoralidades específicas, sino al propio planteamiento comercial que se hace el Estado.
                  Cuando alguien se retrasa en el pago de sus impuestos, por ejemplo, en seguida le caen recargos
                  del 10 o del 20 por ciento e incluso amenazas de embargos.    Pero si el Estado debe devolver
                  dinero a un particular, por ejemplo, a nadie parece sorprenderle que no se proceda, contra él de la
                  misma guisa. Por que el Estado asegure, por ejemplo, la protección de la propiedad y la seguridad
                  de sus súbditos (maniatados), se pagan impuestos.    Pues bien, entendemos que de la misma
                  manera que un comerciante que da un mal servicio le debe a su cliente como mínimo una nota de
                  abono y, según las circunstancias, una indemnización, el ciudadano (maniatado) que ha sido
                  robado o agredido por unos delincuentes, debiera desgravar, de su declaración de impuestos, el
                  importe de lo que te ha sido robado más los gastos de clínica e indemnizaciones a que hubiera
                  lugar. ¿No insiste el Estado en actuar como comerciante Pues que se atenga a los usos y
                  costumbres de un comerciante honrado, ya que, por su propia esencia, le es físicamente imposible
                  ser un comerciante eficiente.

                     Su ineficiencia se pone especialmente de manifiesto cuando, para cubrir aritméticamente, ya
                  que no realmente, los malos resultados de su gestión económica, procede, periódicamente, a la
                  devaluación de su moneda. Una devaluación es, ni más ni menos, que un robo colectivo a todos
                  los ciudadanos de la nación, se aduzcan para ello los motivos que se aduzcan. Y cuando en la
                  gestión estatal se mezclan las ideologías, entonces el monstruo frío llega al punto álgido de su
                  incapacidad y de su nocividad para los maniatados. Se ayuda, se fomenta, se financia a tal o cual
                  partido hermano en tal o cual país extranjero, y esto, les guste o no a los maniatados en cuestión,
                  lo pagan ellos. Y a fondo perdido, además. Porque si un día el partido hermano devuelve la ayuda,
                  ésta será para el partido indígena, no para el pueblo, que no tiene más papel, en esa comedia, que
                  el de pagano.

                     El Estado, Moloch insaciable, tiene su biblia particular, llamada Constitución, pero tiene
                  igualmente su doctrina de los Padres de la Iglesia democrática, que actualiza los casos prácticos
                  de aquélla en un cuerpo legal que en España, por ejemplo, se llama Boletín Oficial del Estado, o
                  Gaceta de Madrid, como concesión al centralismo, inventado por las Derechas pero llevado a un
                  paroxismo demencial por las Izquierdas en todas partes, y especialmente en Francia, nuestro
                  modelo permanente. Pues bien ese Boletín, esa Gaceta, desde el primero de Enero de 1982 ha
                  publicado ya 40.000 páginas de disposiciones sobre los más variados temas y actividades
                  humanas de los maniatados españoles, con unos 56.000.000 de palabras.    Y ahora tengamos
                  presente que la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento.    Confrontar esa frase con la
                  realidad es una comedia, y es también una tragedia, para el pobre súbdito (maniatado).    Porque
                  ¿cómo va a saber el ciudadano de la calle, un comerciante, pongamos por ejemplo -pero, eso sí,
                  un honrado comerciante- todo el Código Mercantil, más el Civil y el Penal, más los miles de
                  palabras que le dedica a diario el Boletín Oficial del Estado, más los centenares o miles que le
                  puede dedicar el estadito autónomo en que vive    Se argüirá que no le queda más remedio que
                  recurrir a un abogado, pero, ¿de veras cree nadie que un abogado, que estudia unas diez o doce
                  mil páginas de leyes y de casuística en el curso de toda la carrera que dura cinco años, va a
                  aprenderse luego cuarenta mil en un año, más otras tantas que pueda parir en el mismo lapso de
                  tiempo el estado autónomo de turro Y ¿de veras cree alguien que tantas leyes, decretos,
                  disposiciones no se entrecruzan, cuando no contradicen simplemente entre sí Los modernos
                  Estados, en su manía por invadir el ámbito de todas las actividades humanas, para dar trabajo a
                  sus funcionarios porque algo tienen que hacer, ¡qué diantre!- terminan por reglamentarlo todo.
                  Cada vez tenemos menos libertad real para hacer nada.    Así como el Talmud prescribe a los
                  judíos ortodoxos cómo tienen que llevar a cabo los actos más nimios de su vida, los modernos
                  Estados, mientras nos hablan constantemente de Libertad, nos arrebatan todas las libertades y
                  acaban reglamentando nuestra vida from womb to tomb (desde la vagina hasta el féretro), como
                  dicen en Inglaterra. Acabarán reglamentando hasta el porcentaje de haches en la sopa de letras.

                     Y la verdad es que en España apenas estamos empezando. En Suecia es el Estado quien
                  decide la educación que se va a dar a los hijos, no los padres. Es el Estado quien decide dónde
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