Page 70 - Bochaca Oriol, Joaquín Democracia show
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sospechaba que no presentaban claras las cuentas de sus rapiñas, eran ahorcados. Los que
cumplían fielmente la regla del fifty - fifity no sólo se hacían ricos, sino que alcanzaban títulos de
nobleza, como Drake, Morgan y Raleigh.
En los Estados Unidos el gangsterismo y la política están tan poderosamente imbricados que nos
negamos a escribir quince páginas dedicadas exclusivamente a este tema. El difunto Presidente
Johnson fue uno de los más destacados en ese terreno. Pero el ejemplo más típico es el de la
familia Kennedy. Los descendientes de un contrabandista de alcohol en tiempos de la Ley Seca,
gracias a su dinero e influencia, se internaron tanto en terreno de la política, que si ya el viejo
Joseph P. Kennedy llegó a embajador de los Estados Unidos en Londres, sus hijos llegarían aún
más lejos. John Fitzgerald llegó a Presidente del país, y murió asesinado en circunstancias aún
hoy sumidas en la obscuridad. También fue asesinado el hermano Robert, que llegaría a Ministro
de Justicia; y Edward, el hermano más joven, a pesar del ya mencionado escándalo del homicidio
por omisión de su joven secretaria, es una de las figuras más en boga del Partido Demócrata. Y ya
que estamos en los Estados Unidos, no podemos omitir el caso del famoso sionista Harry Dexter
White (a) Weiss, Secretario del Tesoro, que gozó de la máxima confianza de Truman y vendió a los
soviéticos nada menos que las planchas para hacer dólares y la fórmula secreta del papel y las
tintas. Las pérdidas causadas a la economía americana por ese bussinessman fueron brutales.
Mucho menos brutales, pero sí muy escandalosas fueron las consecuencias del tráfico de
influencia a que se entregó, muy provechosamente, Billy Carter, hermano del entonces Presidente,
Jimmy Carter.
En cambio, es curioso que los dos casos más pregonados de corrupción, alcanzando a la
presidencia de la gran República norteamericana, fueran y objetivamente hablando, relativamente
banales. Nos estarnos refiriendo al Tea Pot Dome Scandal y al Caso Watergate.
El Presidente Warren Gamaliel Harding se dedicó más vigorosamente a jugar al póker durante su
mandato en la Casa Blanca que a los intereses de la nación. Los otros jugadores de lo que se
llegó a llamar el Gabinete del Póker eran el Secretario del Interior Albert Fall, el Fiscal General de
la República Harry Daugherty, el Director de la Oficina de Veteranos del Ejército Charles R. Forbes
y el ex-gángster Jesse Smith, que luego de una brillante carrera en el hampa se dedicó a la
política. Acusados de haber utilizado fondos públicos (una cantidad comparativamente modesta)
para subvenir a deudas de juego, Fall y Forbes fueron a la cárcel, Daugherty se salvó por los
pelos, y Smith cometió suicidio. El escándalo fue mayúsculo, aunque, comparado con casos
posteriores, e incluso anteriores, la falta podría calificarse de leve, dadas las costumbres
imperantes, al parecer, en los altos cenáculos políticos (120).
El Presidente Richard M. Nixon, fue acusado de haber permitido que sus hombres de mano, al
servicio del Partido Republicano, espiaran en el Hotel Watergate, donde estaban las oficinas del
Partido Demócrata durante las elecciones presidenciales de 1972. El diario Washington Post y
concretamente sus dos periodistas principales, Woodward y Bernstein, organizaron una campaña
sin precedentes y totalmente desproporcionado a la magnitud del pecado cometido. Pues público
y notorio es, y ha sido siempre, que en todas las campañas presidenciales de aquél país se han
espiado unos a otros tanto como han podido. Nixon fue acusado de haber 'mentido y, para evitar el
impeachment o destitución por el Congreso, debió dimitir. Ridículo, pues por idénticos motivos,
pero mucho más graves en el fondo, presidentes como Wilson, Roosevelt, Truman, Kennedy,
Johnson o Carter debieron haber ido a presidio por el resto de sus vidas. Muy curioso también
que Kissinger, el hombre que más sabía -y probablemente podía- en el Partido gubernamental, no
fuera acusado de nada. Para quien quiera que se haya preocupado, con cierta profundidad, de los
entresijos de la moderna política, resulta evidente que el llamado Caso Watergate no fue más que
un pretexto utilizado para castigar al Presidente Nixon, que había osado paralizar, con una orden
directa suya, a la VI Flota Americana en el Mediterráneo, impidiéndole que con su radar interfiriera
a la detección antiaérea egipcia y posibilitara una victoria fulgurante de los israelíes tal como ya
sucediera en 1967. Nixon pretendió jugar la carta de la neutralidad entre árabes y judíos, y esto lo
pagó con el ostracismo político. Algo similar le ocurrió a su primer Vice Presidente, Spiro Agnew,
que, tras denunciar la abusiva influencia del Sionismo en los asuntos internos y externos de los
Estados Unidos, fue espectacularmente defenestrado. Finalmente -no hay dos sin tres- también