Page 162 - Pacto de silencio
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LOS TOMATES VENENOSOS







           A la vista de todos los datos que hoy poseemos, algunos de los cuales he aportado
           hasta ahora en este libro, se hace no ya difícil, sino imposible, mantener que el aceite
           de colza desnaturalizado fuera el desencadenante del envenenamiento masivo de la
           primavera de 1981 en España. Tal posibilidad ha quedado descartada —como hemos

           ido viendo— por los nulos resultados arrojados al respecto tanto por la investigación
           toxicológica, como por la bioexperimental y también por la epidemiológica.
               Pero entonces, ¿por qué la Administración ha ido fomentando la idea de que fue
           el aceite lo que envenenó a tantos administrados? ¿Por qué ha cerrado sus oídos a

           tantas voces que indicaban —algunas susurrando pero otras gritando— que ése no era
           el camino y que en cambio había otro que permitía llegar al foco de la epidemia e
           incluso a la curación de los afectados? Como ya dije al principio, en buena lógica
           igual daba que la fisura en los controles oficiales quedara descubierta en el negocio

           del aceite, como en el negocio del tomate. Puestos a tener que reconocer un fallo en
           el sistema, tanto daba una que otra variante. La única diferencia estriba en que por la
           vía del aceite solamente se descubre un fraude alimenticio, mientras que por la vía del
           tomate se descubre una imprudencia temeraria tras la cual se puede esconder un error

           dirigido.  Solamente  así  se  explica  la  actitud  oficial  frente  a  este  problema.
           Naturalmente no lo voy a poder demostrar aquí. Pero si doy flechas más que sobradas
           que apuntan a esta diana.
               Del aceite ya he dicho todo lo que tenía pensado decir en este libro. No voy a

           insistir más en el tema. Vamos a dedicarnos ahora al tomate, que nos llevará por ende
           al  origen  del  drama:  a  los  organofosforados,  o,  más  propiamente,  a  los
           organotiofosforados. Mucho más allá ya no voy a ir. Ése más allá lo voy a dejar para

           el lector en el siguiente comentario que me hiciera el antiguo jefe local de Sanidad de
           Torrejón de Ardoz: «Yo recuerdo que unas fechas antes de morirse Muro, salió el
           subsecretario  con  los  ojos  humedecidos,  el  Dr.  Sabando,  que  era  entonces  el
           subsecretario de Sanidad del Ministerio socialista de Ernest Lluch. Y yo entonces le
           pregunté  a  Muro:  “Oye,  ¿por  qué  ha  salido  así  Sabando?”  Dice:  “Mira:  Sabando,

           además  de  estar  en  la  UGT  conmigo  durante  muchos  años,  sobre  todo  en  la
           federación  de  Sanidad,  nos  conocemos  a  pies  juntillas;  es  más:  él  sabe  de  mi
           integridad, como yo puedo saber de la de él, y concretamente cuando yo estuve de

           director en el hospital de la Princesa Sofía —que antes se llamaba Hospital General,
           que fue Muro director también de él— ahí trabajaba Sabando de reumatólogo.” Digo:
           “¿Y por qué salió con los ojos humedecidos?” Dice: “Pues mira: porque le dije yo
           que cuándo va a hacer caso de todo el informe que yo le he mandado a Lluch, que no
           es nada más que un informe para poder investigar toda esta línea de investigación del

           síndrome tóxico; y la contestación de Sabando fue: Mira: yo ya he hablado repetidas



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