Page 112 - Teodoro Herzl El Estado Judio
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EL ESTADO JUDÍO
         un tribunal turco. Toda Palestina habla de nuestro plan nacional por-
         que somos los dueños históricos del país. Los judíos constituyen, des-
         de ya, la mayoría de la población de Jerusalem. El clima es excelen-
         te y el suelo no es estéril. Sólo en las montañas, cubiertas anterior-
         mente por fértiles terrazas, las lluvias han arrastrado el humus de los
         campos.
            Ahora, en Palestina, florecen los naranjos.
            Todo es posible en este país.

                                                    19 de marzo de 1897.
            Nueva conversación con Bacher. Salimos siempre juntos de la re-
         dacción. Me repite su deseo de visitar Palestina conmigo. Cuando le
         mostré el prospecto de viaje arreglado por Cook para el club de los
         Macabeos, me contó una antigua leyenda de Praga, que había escu-
         chado en su juventud.
            “Una mujer judía estaba, una vez, mirando por la ventana de su
         habitación, cuando vio sobre el techo de enfrente una gata negra ata-
         cada por los dolores del parto. Fue la mujer, tomó la gata y la ayudó
         en su alumbramiento. Luego preparó, para la gata y sus gatitos, un
         lecho de paja sobre un cajón de carbón. Algunos días después, res-
         tablecida, la gata desapareció, pero los carbones sobre los cuales te-
         nía su lecho se transformaron en oro. La mujer se los mostró a su
         marido, quien le dijo que la gata les había sido enviada por Dios. Por
         lo tanto decidió emplear ese dinero en la construcción de una sina-
         goga. Es el origen de la famosa Altneuschul de Praga. Pero el hom-
         bre tenía dos deseos: agradecer a Dios por la prosperidad que debía
         a esta gata, considerada como un mensaje divino, y morir en Jeru-
         salem. Cierto día, cuando la mujer miraba nuevamente por la venta-
         na, vio a la gata en el mismo lugar, sobre el techo. Llamó emociona-
         da a su marido, diciéndole: -¡mira, he aquí nuestra gata! El hombre
         corrió afuera para traer a la gata, pero ésta se fugó a la Altneuschul.
         La siguió y la vio desaparecer a través del piso. Había ahí una aber-
         tura como para penetrar a un sótano. Sin vacilar, el hombre descen-
         dió y se vio en un largo corredor subterráneo. La gata le arrastraba
         cada vez más lejos, pero finalmente vio la luz del día. Se encontró en
         un lugar extraño y la gente le dijo que estaba en Jerusalem. Enton-
         ces, murió de alegría”.


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