Page 56 - Libro Orgullo y Prejuicio
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La señora Bennet se dio por enterada, y confiaba en que pronto tendría dos
hijas casadas. El hombre de quien el día antes no quería ni oír hablar, se convirtió
de pronto en el objeto de su más alta estimación.
El proyecto de Lydia de ir a Meryton seguía en pie. Todas las hermanas,
menos Mary, accedieron a ir con ella. El señor Collins iba a acompañarlas a
petición del señor Bennet, que tenía ganas de deshacerse de su pariente y tener la
biblioteca sólo para él; pues allí le había seguido el señor Collins después del
desayuno y allí continuaría, aparentemente ocupado con uno de los mayores
folios de la colección, aunque, en realidad, hablando sin cesar al señor Bennet de
su casa y de su jardín de Hunsford. Tales cosas le descomponían enormemente.
La biblioteca era para él el sitio donde sabía que podía disfrutar de su tiempo libre
con tranquilidad. Estaba dispuesto, como le dijo a Elizabeth, a soportar la
estupidez y el engreimiento en cualquier otra habitación de la casa, pero en la
biblioteca quería verse libre de todo eso. Así es que empleó toda su cortesía en
invitar a Collins a acompañar a sus hijas en su paseo; y Collins, a quien se le daba
mucho mejor pasear que leer, vio el cielo abierto. Cerró el libro y se fue.
Y entre pomposas e insulsas frases, por su parte, y corteses asentimientos, por
la de sus primas, pasó el tiempo hasta llegar a Meryton. Desde entonces, las
hermanas menores ya no le prestaron atención. No tenían ojos más que para
buscar oficiales por las calles. Y a no ser un sombrero verdaderamente elegante
o una muselina realmente nueva, nada podía distraerlas.
Pero la atención de todas las damiselas fue al instante acaparada por un joven
al que no habían visto antes, que tenía aspecto de ser todo un caballero, y que
paseaba con un oficial por el lado opuesto de la calle. El oficial era el señor
Denny en persona, cuyo regreso de Londres había venido Lydia a averiguar, y
que se inclinó para saludarlas al pasar. Todas se quedaron impresionadas con el
porte del forastero y se preguntaban quién podría ser. Kitty y Lydia, decididas a
indagar, cruzaron la calle con el pretexto de que querían comprar algo en la
tienda de enfrente, alcanzando la acera con tanta fortuna que, en ese preciso
momento, los dos caballeros, de vuelta, llegaban exactamente al mismo sitio. El
señor Denny se dirigió directamente a ellas y les pidió que le permitiesen
presentarles a su amigo, el señor Wickham, que había venido de Londres con él
el día anterior, y había tenido la bondad de aceptar un destino en el Cuerpo. Esto
ya era el colmo, pues pertenecer al regimiento era lo único que le faltaba para
completar su encanto. Su aspecto decía mucho en su favor, era guapo y esbelto,
de trato muy afable. Hecha la presentación, el señor Wickham inició una
conversación con mucha soltura, con la más absoluta corrección y sin
pretensiones. Aún estaban todos allí de pie charlando agradablemente, cuando un
ruido de caballos atrajo su atención y vieron a Darcy y a Bingley que, en sus
cabalgaduras, venían calle abajo. Al distinguir a las jóvenes en el grupo, los dos
caballeros fueron hacia ellas y empezaron los saludos de rigor. Bingley habló