Page 60 - Libro Orgullo y Prejuicio
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si se dicen con destreza.
        Con  unos  rivales  como  Wickham  y  los  demás  oficiales  en  acaparar  la
      atención  de  las  damas,  Collins  parecía  hundirse  en  su  insignificancia.  Para  las
      muchachas él no representaba nada. Pero la señora Philips todavía le escuchaba
      de vez en cuando y se cuidaba de que no le faltase ni café ni pastas.
        Cuando se dispusieron las mesas de juego, Collins vio una oportunidad para
      devolverle sus atenciones, y se sentó a jugar con ella al whist.
        —Conozco poco este juego, ahora —le dijo—, pero me gustaría aprenderlo
      mejor, debido a mi situación en la vida.
        La señora  Philips  le  agradeció  su condescendencia,  pero  no  pudo entender
      aquellas razones.
        Wickham no jugaba al whist y fue recibido con verdadero entusiasmo en la
      otra mesa, entre Elizabeth y Lydia. Al principio pareció que había peligro de que
      Lydia lo absorbiese por completo, porque le gustaba hablar por los codos, pero
      como también era muy aficionada a la lotería, no tardó en centrar todo su interés
      en  el  juego  y  estaba  demasiado  ocupada  en  apostar  y  lanzar  exclamaciones
      cuando tocaban los premios, para que pudiera distraerse en cualquier otra cosa.
      Como todo el mundo estaba concentrado en el juego, Wickham podía dedicar el
      tiempo  a  hablar  con  Elizabeth,  y  ella  estaba  deseando  escucharle,  aunque  no
      tenía ninguna esperanza de que le contase lo que a ella más le apetecía saber, la
      historia de su relación con Darcy. Ni siquiera se atrevió a mencionar su nombre.
      Sin  embargo,  su  curiosidad  quedó  satisfecha  de  un  modo  inesperado.  Fue  el
      mismo señor Wickham el que empezó el tema. Preguntó qué distancia había de
      Meryton  a  Netherfield,  y  después  de  oír  la  respuesta  de  Elizabeth  y  de  unos
      segundos de titubeo, quiso saber también cuánto tiempo hacía que estaba allí el
      señor Darcy.
        —Un mes aproximadamente —contestó Elizabeth.
        Y con ansia de que no acabase ahí el tema, añadió:
        —Creo que ese señor posee grandes propiedades en Derbyshire.
        —Sí —repuso Wickham—, su hacienda es importante, le proporciona diez mil
      libras  anuales.  Nadie  mejor  que  yo  podría  darle  a  usted  informes  auténticos
      acerca  del  señor  Darcy,  pues  he  estado  particularmente  relacionado  con  su
      familia desde mi infancia.
        Elizabeth no pudo evitar demostrar su sorpresa.
        —Le extrañará lo que digo, señorita Bennet, después de haber visto, como vio
      usted  probablemente,  la  frialdad  de  nuestro  encuentro  de  ayer.  ¿Conoce  usted
      mucho al señor Darcy?
        —Más de lo que desearía —contestó Elizabeth afectuosamente—. He pasado
      cuatro días en la misma casa que él y me parece muy antipático.
        —Yo no tengo derecho a decir si es o no es antipático —continuó el señor
      Wickham—.  No  soy  el  más  indicado  para  ello.  Le  he  conocido  durante
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