Page 63 - Libro Orgullo y Prejuicio
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—¡Tratar de esa manera al ahijado, al amigo, al favorito de su padre!
Podía haber añadido: « A un joven, además, como usted, que sólo su rostro
ofrece sobradas garantías de su bondad.» Pero se limitó a decir:
—A un hombre que fue seguramente el compañero de su niñez y con el que,
según creo que usted ha dicho, le unían estrechos lazos.
—Nacimos en la misma parroquia, dentro de la misma finca; la mayor parte
de nuestra juventud la pasamos juntos, viviendo en la misma casa, compartiendo
juegos y siendo objeto de los mismos cuidados paternales. Mi padre empezó con
la profesión en la que parece que su tío, el señor Philips, ha alcanzado tanto
prestigio; pero lo dejó todo para servir al señor Darcy y consagró todo su tiempo
a administrar la propiedad de Pemberley. El señor Darcy lo estimaba mucho y
era su hombre de confianza y su más íntimo amigo. El propio señor Darcy
reconocía a menudo que le debía mucho a la activa superintendencia de mi
padre, y cuando, poco antes de que muriese, el señor Darcy le prometió
espontáneamente encargarse de mí, estoy convencido de que lo hizo por pagarle
a mi padre una deuda de gratitud a la vez que por el cariño que me tenía.
—¡Qué extraño! —exclamó Elizabeth—. ¡Qué abominable! Me asombra que
el propio orgullo del señor Darcy no le haya obligado a ser justo con usted.
Porque, aunque sólo fuese por ese motivo, es demasiado orgulloso para no ser
honrado; y falta de honradez es como debo llamar a lo que ha hecho con usted.
Es curioso —contestó Wickham—, porque casi todas sus acciones han sido
guiadas por el orgullo, que ha sido a menudo su mejor consejero. Para él, está
más unido a la virtud que ningún otro sentimiento. Pero ninguno de los dos somos
consecuentes; y en su comportamiento hacia mí, había impulsos incluso más
fuertes que el orgullo.
—¿Es posible que un orgullo tan detestable como el suyo le haya inducido
alguna vez a hacer algún bien? —Sí; le ha llevado con frecuencia a ser liberal y
generoso, a dar su dinero a manos llenas, a ser hospitalario, a ayudar a sus
colonos y a socorrer a los pobres. El orgullo de familia, su orgullo de hijo, porque
está muy orgulloso de lo que era su padre, le ha hecho actuar de este modo. El
deseo de demostrar que no desmerecía de los suyos, que no era menos querido
que ellos y que no echaba a perder la influencia de la casa de Pemberley, fue
para él un poderoso motivo. Tiene también un orgullo de hermano que, unido a
algo de afecto fraternal, le ha convertido en un amabilísimo y solícito custodio de
la señorita Darcy, y oirá decir muchas veces que es considerado como el más
atento y mejor de los hermanos.
—¿Qué clase de muchacha es la señorita Darcy?
Wickham hizo un gesto con la cabeza.
—Quisiera poder decir que es encantadora. Me da pena hablar mal de un
Darcy. Pero ahora se parece demasiado a su hermano, es muy orgullosa. De
niña, era muy cariñosa y complaciente y me tenía un gran afecto. ¡Las horas