Page 111 - Necronomicon
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malignas criaturas han sido atraídas a su interior, quedan atrapadas lo mismo que un genio
en una botella. Para comprender mejor los misteriosos laberintos de Lovecraft, Waldemar
Fenn cree que algunos laberintos prehistóricos deberían interpretarse como imágenes de los
movimientos aparentes de los cuerpos astrales. En De Groene Leeuw hay una ilustración de
Goose van Wreewyk (Amsterdam, 1672) que representa el santuario de la piedra de los
alquimistas rodeada de paredes que son las órbitas de los planetas, sugiriendo de esta
manera un laberinto cósmico. Como un laberinto es un símbolo efectivo de la angustia
existencial, la presentación de innumerables elecciones de las cuales sólo una es o puede
ser la acertada, las laberínticas ciudades, pueblos y catacumbas de Lovecraft, transportadas
a una escala cósmica, sugieren la posibilidad de un pánico eterno e infinito.
El laberinto es el símbolo de la interioridad, de la esencia profunda,. del atormentado viaje
hacia el centro del inconsciente, el núcleo de la oscuridad. En esta oscuridad, la ceguera es
una claridad: "Las más profundas cavernas no son para la comprensión de los ojos que
ven", cita Lovecraft del Necronomicon del loco árabe. Uno de los primeros relatos de
Lovecraft empieza así: "Estaba absolutamente perdido, perdido sin esperanza en el
laberíntico nicho de la Cueva de Mammoth" (The Beast in the Cave). No existe ningún
laberinto que no tenga un minotauro como secreto central.
Uno debe perderse para encontrarse a sí mismo; el bosque, el laberinto y los apiñados
barrios bajos de las grandes ciudades sirven para la misma función: son confusos paisajes
de hormigón en los que, con el más viejo y poderoso de los miedos, uno puede perderse a sí
mismo completamente. El laberinto es el camino hacia dentro; fuera, a la luz del día, en la
Sala Común de los alumnos de últimos cursos de la Universidad Miskatonic, dice, no hay
nada que temer.
La descripción de la ciudad de Providence, Rhode Island, en The Case of Charles Dexter
Ward, ofrece una específica desviación de la exterioridad, del seguro mundo público, y un
descenso hasta el peligroso laberinto. El joven Ward vive en una gran mansión georgiana,
construida en la edad de la razón. Está en la cima de una colina, en el claro aire inmaculado
a la vista de todos; es un paisaje exteriorizado y, por tanto, seguro. Los Estados Unidos,
desde el punto de vista político hijos de la Ilustración Francesa, con su convicción de que la
virtud era inherente al hombre, crearon en Providence la arquitectura de su propia
ilustración con unas proporciones clásicas; una ciudad que estaría libre de los fantasmas del
pasado que se escondía en los abigarrados rincones de las ciudades europeas. Pero la
Providence de Ward, que desde las ventanas de su laberíntica mansión tiene el aspecto de
las encantadoras ciudades de los sueños de Lovecraft con sus "arracimadas agujas, cúpulas
y tejados", está en gran parte configurada encima de la colina. Descendamos más abajo.
Dejemos la ciudad pública, la sede de la exterioridad.
Pongámonos frente a la "exquisita Primera Iglesia 8aptista de 1775, lujosa, con su
incomparable campanario Gibbs, y las terrazas georgianas y las cúpulas cerniéndose a su
alrededor". Bajemos por las pequeñas calles antiguas, "espectrales en su puntiagudo
arcaísmo", descendamos al "derroche de incandescente decadencia" del barrio marítimo
con sus podridos muelles, su políglota vicio y su mugre.
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