Page 201 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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resignarme. Permanecí sentado junto a su lecho, vigilándole; tenía los ojos cerrados,
y me pareció que dormía; pero poco después me llamó con voz débil; y pidiendo que
me acercase, dijo:
—¡Ah! Me han abandonado las fuerzas en las que confiaba; presiento que moriré
pronto, mientras que él, mi enemigo y perseguidor, va a seguir con vida. No crea,
Walton, que en los últimos momentos que me quedan siento el odio abrasador y el
deseo ardiente de venganza que una vez le manifesté; pero me siento justificado al
desear la muerte de mi adversario. Durante estos últimos días he estado meditando
sobre mi pasada conducta y no la encuentro censurable. En un acceso de entusiástica
locura di el ser a una criatura racional y me vi obligado a asegurar, en la medida que
me fuera posible, su felicidad y bienestar. Era mi deber; pero tenía otro aún mayor.
Mi deber para con los seres de mi propia especie exigía más atención, porque incluía
una mayor proporción de felicidad o de desdicha. Movido por este criterio, me negué
—e hice bien en negarme— a crear una compañera para mi primera criatura. Esta
mostró una malignidad y un egoísmo sin precedentes; mató a mis amigos; se entregó
a la destrucción de unos seres dotados de una sensibilidad, una felicidad y una virtud
fuera de lo común; y no sé dónde puede terminar esta sed suya de venganza. Aunque
ese desgraciado debe morir para no hacer desgraciados a los demás. Era mía la
misión de destruirle, pero he fracasado. Impulsado por el egoísmo y el rencor, le pedí
a usted que prosiguiese mi obra inacabada. Ahora renuevo esta petición, aunque solo
me mueven la razón y la virtud.
»Sin embargo, no puedo pedirle que renuncie a su país y a sus amigos para
cumplir esta empresa; y puesto que regresa a Inglaterra, pocas son las posibilidades
de que se encuentre con él. Pero dejo a usted la consideración de estos extremos y la
decisión de lo que considere su deber; mi razón y mis ideas se hallan trastornadas
ante la proximidad de la muerte. No me atrevo a pedirle que haga lo que yo juzgo
correcto, porque quizá me engaña la pasión.
»Me preocupa que siga viviendo ese instrumento de maldad; por lo demás, en
esta hora en que espero mi liberación me siento feliz por primera vez desde hace
varios años. Las formas de mis amados difuntos fluctúan ante mí, y corro a sus
brazos. ¡Adiós, Walton! Busque la felicidad en la paz y evite la ambición, aun cuando
parezca inocente el ansia de distinguirse en la ciencia y en los descubrimientos. Pero
¿por qué digo esto? Si mis esperanzas han fracasado en ese ámbito, otros pueden
triunfar.
Su voz se fue debilitando mientras hablaba; al final, agotado por el esfuerzo, se
quedó en silencio. Media hora más tarde trató de hablar de nuevo, pero no pudo; me
apretó la mano desmayadamente y sus ojos se cerraron para siempre, mientras por sus
labios cruzaba el destello de una sonrisa.
Margaret, ¿qué te puedo decir sobre la extinción de este espíritu glorioso? ¿Qué
palabras te harían comprender la hondura de mi tristeza? Todo cuanto diga será
pálido e inexacto. Las lágrimas me fluyen en abundancia; una nube de desencanto me
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