Page 196 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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curiosidad?  ¿Desea  crear  también,  para  usted  y  para  el  mundo,  un  enemigo
           demoníaco? ¡Por favor, por favor! Escuche mis desventuras, y no trate de aumentar
           las suyas.
               Frankenstein ha descubierto que yo tomaba notas sobre su historia; me ha pedido

           que se las deje ver, y las ha corregido y ampliado en muchos pasajes; pero, sobre
           todo, ha dado vida y fuerza a las conversaciones que él sostuvo con su enemigo.
               —Ya  que  ha  decidido  conservar  mi  relato  —ha  dicho—,  no  quiero  que  quede
           mutilado, por si pasa a la posteridad.

               Así  ha  transcurrido  una  semana,  mientras  escuchaba  yo  una  historia  jamás
           concebida por la imaginación. Mis pensamientos y las emociones de mi alma han
           estado absortos en mi huésped por el interés que me han despertado su historia y sus
           mismos  modales  elevados  y  afables.  Desearía  tranquilizarle;  sin  embargo,  ¿cómo

           puedo  convencer  a  una  persona  tan  infinitamente  infortunada,  tan  carente  de  toda
           esperanza de consuelo, de que debe vivir? ¡Ah, no! El único gozo que ahora puede
           conocer  es  el  sosiego  de  su  espíritu  quebrantado,  cuando  encuentre  la  paz  de  la
           muerte.  Pero  disfruta  de  un  único  placer,  fruto  de  la  soledad  y  del  delirio:  la

           convicción,  cuando  conversa  en  sueños  con  sus  amigos  —comunión  que  trae
           consuelo a sus miserias y aliento a su venganza—, de que no son creaciones de su
           fantasía, sino ellos mismos quienes vienen a visitarle desde las regiones de un mundo
           remoto. Esta fe confiere a sus ensoñaciones una solemnidad que las vuelve a mis ojos

           tan imponentes e interesantes como si fueran la propia verdad.
               Nuestras conversaciones no se limitan siempre a la historia de sus desventuras.
           Manifiesta unos conocimientos ilimitados en todo lo referente a la literatura general,
           y una capacidad de comprensión rápida y penetrante. Su elocuencia es vigorosa y

           conmovedora; y no puedo escucharle sin lágrimas cuando relata un incidente patético
           o  se  propone  despertar  las  pasiones  de  la  compasión  y  del  amor.  ¡Qué  gloriosa
           criatura debió de ser en sus días de prosperidad, cuando es tan noble y divino en la

           ruina! Él mismo parece darse cuenta de su propio valor y de la grandeza de su caída.
               —Cuando  era  joven  —dice—,  me  creía  destinado  a  una  gran  empresa.  Mis
           sentimientos eran profundos, pero poseía una frialdad de juicio que me capacitaba
           para ilustres hazañas. Esta conciencia del valor de mi naturaleza me alentaba, cuando
           a  otros  les  habría  anonadado,  pues  consideraba  un  crimen  malgastar  en  vanas

           lamentaciones  aquellas  facultades  que  podían  ser  útiles  a  mis  semejantes.  Cuando
           reflexionaba sobre la obra que había ejecutado, nada menos que la creación de un
           animal  sensible  y  racional,  no  podía  colocarme  en  el  nivel  de  los  vulgares

           experimentadores. Pero este pensamiento, que me sostuvo al comienzo de mi carrera,
           no me sirve ahora sino para hundirme más en el polvo. Todas mis especulaciones y
           esperanzas  se  han  reducido  a  la  nada;  y  como  el  arcángel  que  aspiró  a  la
           omnipotencia,  estoy  condenado  al  infierno  eterno.  Mi  imaginación  era  vívida,  e
           intensa mi capacidad de análisis y aplicación; al unir estas cualidades, concebí la idea

           y ejecuté la creación de un hombre. Ni aun ahora puedo pensar sin pasión en mis



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