Page 193 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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las inscripciones que me dejó, decía: «¡Prepárate! Tus sufrimientos no han hecho más
           que  empezar;  abrígate  con  pieles  y  provéete  de  alimentos,  ya  que  pronto
           emprenderemos un viaje en el que tu dolor saciará mi eterno odio».
               Esta burla hizo aumentar mi valor y mi perseverancia; decidí no desfallecer en mi

           propósito,  y  pidiendo  al  cielo  que  me  sostuviese,  seguí  recorriendo  desiertos  con
           ardor inquebrantable, hasta que apareció el océano a lo lejos como el límite extremo
           del horizonte. ¡Oh! ¡Qué distinto era de las azules regiones del sur! Cubierto de hielo,
           solo  se  distinguía  de  la  tierra  porque  era  más  desolado  y  desigual.  Los  griegos

           lloraron  de  alegría  al  contemplar  el  Mediterráneo  desde  los  montes  de  Asia,  y
           saludaron con emoción el límite de sus penalidades. Yo no lloré, pero caí de rodillas y
           di  las  gracias  de  corazón  al  espíritu  que  me  guiaba  hacia  el  lugar  donde,  pese  al
           sarcasmo de mi adversario, esperaba encontrarle y entrar en combate con él.

               Unas  semanas  antes  de  esto  me  había  procurado  un  trineo  y  perros,  y  de  este
           modo había atravesado las nieves a increíble velocidad. No sé si el demonio poseía
           las  mismas  ventajas;  pero  descubrí  que,  así  como  antes  había  ido  yo  perdiendo
           terreno  en  esta  persecución,  ahora  lo  ganaba,  de  tal  modo  que  cuando  divisé  el

           océano me llevaba solo un día de ventaja, y esperaba alcanzarle antes de que llegase a
           la playa. Así que seguí adelante con renovado ánimo, y a los pocos días entré en una
           mísera aldea de la costa. Pregunté a los habitantes sobre el demonio y me dieron una
           información  bien  concreta.  Me  dijeron  que  la  noche  anterior  había  llegado  un

           monstruo gigantesco armado con un rifle y muchas pistolas, y había puesto en fuga a
           los  habitantes  de  una  casa  solitaria,  que  se  habían  asustado  de  su  terrible  aspecto.
           Había cogido las provisiones que ellos guardaban para el invierno, colocándolas en
           un trineo, se había apoderado de una nutrida traílla de perros adiestrados, la había

           aparejado,  y  la  misma  noche,  para  alivio  de  los  amedrentados  lugareños,  había
           proseguido su viaje a través del mar, tomando una dirección que no conducía a tierra
           alguna.

               Suponían que no tardaría en perecer en alguna grieta de los hielos, o víctima de
           los fríos eternos.
               Al oír esto me acometió un acceso de desesperación. Se me había escapado, y
           ahora debía emprender una persecución casi interminable a través de los montañosos
           hielos del océano, en medio de un frío que pocos nativos eran capaces de resistir, y al

           que yo, que procedía de un clima suave y soleado, no tenía esperanzas de sobrevivir.
           Sin embargo, la idea de que el demonio pudiera superarlo y salir triunfante hizo que
           me volvieran la rabia y la sed de venganza como una oleada incontenible, ahogando

           todos los demás sentimientos. Tras un pequeño descanso, en el que los espíritus de
           los muertos me rodearon y me incitaron a esforzarme y a vengarme, me apresté para
           el viaje.
               Cambié mi trineo por otro concebido para las irregularidades del océano helado,
           compré abundantes provisiones y abandoné tierra firme.

               No sé cuántos días han transcurrido desde entonces, pero he resistido sufrimientos



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