Page 195 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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Había decidido, si se dirigía hacia el sur, confiarme a la merced de los mares, antes
que renunciar a mi persecución. Esperaba convencerles para que me cediesen un bote
con el que poder seguir a mi enemigo. Pero llevaba usted el rumbo que me convenía.
Me tomó a bordo cuando estaba sin fuerzas y a punto de encontrar, transido de
sufrimientos, una muerte que aún temo, ya que mi empresa no ha concluido.
¡Ah! ¿Cuándo me concederá el espíritu que me guía el descanso que tanto deseo,
llevándome hasta el demonio? ¿O debo morir yo, mientras él sigue viviendo? Si es
así, Walton, júreme que no le dejará, que le buscará y dará satisfacción a mi venganza
con su muerte. Pero ¿cómo me atrevo a pedirle que emprenda mi peregrinación, que
se someta a los sufrimientos que he soportado yo? No; no soy tan egoísta. Sin
embargo, cuando haya muerto, si apareciese él, si los ministros de la venganza lo
condujesen hasta usted, júreme que no le dejará con vida… júreme que no le dejará
triunfar sobre mi dolor y sobrevivir para aumentar la lista de sus tenebrosos crímenes.
Es elocuente y persuasivo, y en otro tiempo sus palabras tuvieron fuerza sobre mi
corazón; pero no se fíe de él. Su alma es infernal como su cuerpo, y está lleno de
traición y de maldad. No le escuche; invoque los nombres de William, de Justine, de
Clerval, de Elizabeth y de mi padre, así como el del desdichado Victor, y atraviésele
con su espada el corazón. Yo estaré cerca, y haré que no yerre el acero.
Continuación de Walton
26 de agosto, 17…
Has leído esta historia extraña y terrible, Margaret; ¿no sientes que la sangre se te
hiela de horror, como aún se me hiela a mí? Unas veces, embargado por una súbita
agonía, se veía obligado a interrumpir su relato; otras, con voz quebrada y profunda,
articulaba palabras transidas de angustia. Unas veces, sus bellos ojos se encendían de
indignación; otras, se apagaban de dolor, y le abatía una infinita desdicha. En
ocasiones era dueño de su expresión y sus palabras, y entonces relataba los más
horribles incidentes con voz serena, reprimiendo toda muestra de agitación; pero
luego, como el estallido de un volcán, su rostro adoptaba de repente una expresión
furiosa y salvaje, y no paraba de proferir imprecaciones sobre su perseguidor.
Su relato es coherente y parece contado con la mayor veracidad; y confieso que
las cartas de Félix y de Safie que me ha enseñado, así como la existencia del
monstruo al que hemos visto desde nuestro barco, me han confirmado la autenticidad
de lo que dice aún más que sus afirmaciones, pese a su seriedad y coherencia. ¡Así
que el monstruo es efectivamente real! No me es posible dudarlo; sin embargo, me
llena de sorpresa y admiración. A veces he intentado obtener de Frankenstein detalles
acerca de la construcción de su criatura; pero sobre este particular es impenetrable.
—¿Está usted loco, amigo mío? —ha dicho—. ¿Adónde le lleva su insensata
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