Page 200 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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actuales penalidades.
7 de septiembre
La suerte está echada; he consentido en regresar, si no perecemos. Por tanto, la
cobardía y la indecisión han echado abajo mis esperanzas; vuelvo ignorante y
decepcionado. Hace falta más filosofía de la que yo poseo para soportar con
paciencia esta injusticia.
12 de septiembre
Ya está; regresamos a Inglaterra. He perdido toda esperanza de realizar una hazaña
útil y gloriosa; he perdido a mi amigo. Pero trataré de detallarte estos amargos
sucesos, mi querida hermana; y si los vientos nos empujan hacia Inglaterra y hacia ti,
no quiero dejarme vencer por el desaliento.
El 9 de septiembre empezó a moverse el hielo, y oímos un rumor como de truenos
lejanos, mientras las islas se fragmentaban y resquebrajaban en todas direcciones.
Entonces fue cuando corrimos el más inminente peligro; pero como no teníamos más
remedio que permanecer inactivos, concentré mi atención en el infortunado huésped
cuya enfermedad se agravaba de tal modo que tenía que permanecer confinado en su
lecho. El hielo se hendió detrás de nosotros, y fue arrastrado con fuerza hacia el
norte; sopló brisa del oeste, y el día 11 el acceso hacia el sur quedó perfectamente
libre. Cuando los marineros se dieron cuenta y vieron claramente que estaba
asegurado el regreso a su país, prorrumpieron en gritos de incontenible alegría.
Frankenstein, que dormitaba, se despertó y preguntó la causa de este tumulto.
—Gritan —dije— porque pronto regresán a Inglaterra.
—Entonces, ¿vuelve usted, por fin?
—¡Ay, sí!; no puedo oponerme a sus demandas. No puedo conducirles al peligro
en contra de su voluntad; así que debo regresar.
—Hágalo, si lo desea; pero yo no lo haré. Usted puede renunciar a su propósito;
el mío me lo ha asignado el cielo, y no me atrevo. Estoy débil, pero seguramente los
espíritus que me asisten en mi venganza me concederán la fuerza suficiente.
Diciendo esto, trató de abandonar el lecho, pero el esfuerzo fue demasiado para
él; cayó de espaldas y se desvaneció.
Transcurrió mucho tiempo antes de que se recobrase, y más de una vez pensé que
había muerto. Por último, abrió los ojos; respiraba con dificultad y no podía hablar. El
cirujano le administró un bebedizo y nos ordenó que no le molestáramos. Entretanto,
me dijo que a mi amigo no le quedaban muchas horas de vida.
Su sentencia había sido pronunciada y no pude hacer otra cosa que lamentarlo y
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