Page 197 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
P. 197

sueños mientras avanzaba el trabajo. Alcanzaba los cielos en mis pensamientos, bien
           gozoso ante mis poderes, bien inflamado ante la idea de sus efectos. Desde la infancia
           me imbuyeron elevadas esperanzas y una gran ambición; ¡pero cómo me he hundido!
           ¡Ah! Amigo mío, si usted me hubiera conocido tal como era en otro tiempo, no me

           reconocería  en  este  estado  de  degradación.  Rara  vez  me  dejaba  vencer  por  el
           desaliento; parecía que me estaba reservado un gran destino, hasta que caí para no
           levantarme nunca, nunca más.
               ¿Habré  de  perder,  pues,  a  este  ser  admirable?  Siempre  he  anhelado  tener  un

           amigo; he buscado a alguien que simpatizara conmigo y me quisiera. Y ya ves, he
           venido a encontrarlo en estos mares desiertos; pero me temo que solo lo he ganado
           para conocer su valor, y perderlo después. Quisiera reconciliarle con la vida, pero
           rechaza tal idea.

               —Le agradezco, Walton —me ha dicho—, sus buenas intenciones para con este
           miserable  desdichado;  pero  cuando  habla  usted  de  nuevos  lazos  y  nuevos  afectos,
           ¿cree que puede alguien sustituir a los seres que he perdido? ¿Puede ningún hombre
           ser para mí lo que fue Clerval, y ninguna mujer lo que fue Elizabeth? Aun cuando los

           afectos no estén fuertemente motivados por una excelente cualidad, los compañeros
           de la infancia siempre tendrán sobre nuestro espíritu un poder que difícilmente puede
           conseguir un amigo posterior. Ellos conocen nuestras inclinaciones infantiles que, si
           bien  pueden  modificarse  más  tarde,  nunca  llegan  a  desaparecer;  y  pueden  juzgar

           nuestras  acciones  con  más  acierto  en  lo  que  se  refiere  a  la  integridad  de  nuestros
           motivos. Una hermana o un hermano jamás llegan a sospechar falsedad o engaño en
           el otro, a menos que tales síntomas se revelen temprano; mientras que el amigo, por
           muy unido que se sienta a uno, puede mirarle a pesar suyo con recelo. Pero yo tenía

           amigos a los que quería no solo por nuestra conveniencia y relación, sino por sus
           propios méritos; y allí donde me encuentre, la voz apaciguadora de Elizabeth y las
           palabras de Clerval sonarán eternamente en mis oídos. Están muertos, y solo hay un

           sentimiento, en mi soledad, que puede inclinarse a preservar mi vida. Si yo estuviese
           empeñado  en  una  empresa  llena  de  utilidad  para  mis  semejantes,  viviría  para
           cumplirla. Pero no es ese mi destino; debo seguir para destruir al ser al que di la vida;
           entonces se habrá cumplido mi misión en este mundo, y podré morir.





                                                                                            2 de septiembre


           Querida hermana:


               Te escribo cercado por el peligro, sin saber si estoy predestinado a volver a ver
           alguna vez mi querida Inglaterra y a los amigos que tengo en ella. Los icebergs me

           rodean,  me  cierran  toda  salida  y  amenazan  con  aplastar  el  barco.  Los  valerosos
           compañeros a los que convencí para que me acompañasen me miran en espera de




                                             ebookelo.com - Página 197
   192   193   194   195   196   197   198   199   200   201   202