Page 81 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
P. 81
que tuviese todo de pronto ante mí, como en un escenario mágico: más que revelarme
el objeto en sí de mi investigación, la información que había obtenido podía guiar mis
esfuerzos tan pronto como los orientase hacia él. Yo era como el árabe al que
enterraron con los muertos, y encontró un acceso hacia la vida con la ayuda tan solo
de una luz parpadeante y sin importancia aparente.
Veo por su ansiedad, amigo mío, y por el asombro y expectación que denotan sus
ojos, que espera una revelación del secreto que poseo; pero no puede ser; escuche con
paciencia hasta el final de mi relato, y comprenderá fácilmente por qué soy reservado
a este respecto. No quiero llevarle, confiado y ardiente como entonces era yo, a su
destrucción e indefectible desdicha. Aprenda de mí —si no de mis preceptos, al
menos de mi ejemplo— lo peligrosa que es la adquisición del saber, y cuánto más
feliz vive quien cree que su pueblo natal es el mundo que aquel que aspira a ser más
grande de lo que su naturaleza puede permitir.
Cuando descubrí tan asombroso poder en mis manos, dudé mucho tiempo sobre
la manera en que debía emplearlo. Aunque poseía capacidad para dotar de animación,
sin embargo, aún seguía siendo para mí una labor de inconcebible dificultad y
esfuerzo el preparar un cuerpo que la recibiese, con toda su complicación de fibras,
músculos y venas. Al principio, dudé si debía intentar crear un ser como yo, o de
organización más sencilla; pero tenía la imaginación demasiado exaltada por el éxito
para permitirme dudar de mi capacidad para dar vida a un animal tan complejo y
maravilloso como el hombre. Los materiales de que disponía de momento apenas
eran adecuados para una empresa tan difícil, pero estaba seguro de que finalmente lo
conseguiría. Me dispuse a afrontar multitud de contratiempos; mis operaciones
podían malograrse incesantemente, y al final resultar una obra imperfecta: sin
embargo, considerando los avances que cada día hacen la ciencia y la mecánica, me
sentí animado a esperar que mis intentos sirvieran al menos de base para mi éxito
ulterior. Tampoco consideraba que la magnitud y complejidad de mi plan fueran
prueba de su inviabilidad. Con estos sentimientos, empecé la creación de un ser
humano. Como la pequeñez de las partes constituía un gran obstáculo para la rapidez
de mi trabajo, decidí, en contra de mi primera intención, hacer un ser de estatura
gigantesca; es decir, de unos ocho pies de alto, y de una anchura proporcionada. Y
tras adoptar esta decisión, y pasar meses recogiendo y ordenando material, emprendí
el trabajo.
Nadie puede imaginar la diversidad de sentimientos que me empujaron a seguir,
como un huracán, desde el primer entusiasmo del éxito. La vida y la muerte me
parecían barreras ideales que yo sería el primero en romper, derramando un torrente
de luz sobre nuestro mundo en tinieblas. Una nueva especie me bendeciría como su
origen y creador; muchas naturalezas excelentes y dichosas me deberían su ser.
Ningún padre podría reclamar la gratitud de sus hijos con tanto derecho como yo
merecería la de ellos. Siguiendo con estas reflexiones, pensé que si podía infundir
animación a la materia inerte, en el curso del tiempo (pues ahora resultaba imposible)
ebookelo.com - Página 81