Page 78 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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mundo los más profundos misterios de la creación».
               Esa noche no cerré los ojos. Mi ser interior se hallaba en un estado de agitación y
           de  caos;  sentía  que  de  ahí  surgiría  el  orden,  aunque  yo  no  tenía  fuerzas  para
           producirlo.  Poco  a  poco,  cuando  ya  había  amanecido,  me  dormí.  Desperté,  y  mis

           pensamientos  de  la  noche  anterior  me  parecieron  un  sueño.  Solo  perduraba  la
           decisión de volver a mis antiguos estudios y dedicarme a una ciencia para la que me
           creía dotado de talento natural. Ese mismo día visité a M. Waldman. Sus modales en
           privado  eran  aún  más  suaves  y  atractivos  que  en  público,  ya  que  durante  la

           conferencia su semblante adoptaba cierta dignidad que en su propia casa reemplazaba
           por  la  más  grande  afabilidad  y  dulzura.  Le  hice  una  relación  de  mis  estudios
           anteriores casi idéntica a la que le había hecho a su colega. Escuchó con atención el
           breve  resumen,  y  sonrió  al  oír  los  nombres  de  Cornelio  Agrippa  y  de  Paracelso,

           aunque  sin  el  desdén  que  M.  Krempe  había  manifestado.  Dijo  que  «estos  son
           hombres a cuyo celo infatigable deben los modernos filósofos la mayor parte de los
           fundamentos de su saber. Nos han dejado la tarea más fácil de dar nuevos nombres y
           ordenar  en  clasificaciones  coordinadas  datos  que  ellos  han  contribuido  en  gran

           medida a sacar a la luz. Los esfuerzos de los hombres de genio, aunque erróneamente
           orientados, difícilmente dejan de convertirse, en última instancia, en positiva ventaja
           para  la  humanidad».  Escuché  esta  afirmación,  hecha  sin  afectaciones  ni
           engreimientos, y le confesó luego que su conferencia había disipado mis prejuicios

           contra la química moderna; me expresó con palabras mesuradas, con la modestia y
           deferencia que el joven debe a su instructor, sin manifestar (la inexperiencia en la
           vida me había hecho sentir vergüenza) el menor signo de aquel entusiasmo que me
           iba a estimular en mis trabajos futuros. Le pedí que me aconsejase sobre los libros

           que debía procurarme.
               —Me alegro —dijo M. Waldmande haber ganado un discípulo; y si su aplicación
           iguala a su capacidad, no me cabe ninguna duda de que triunfará. La química es la

           rama de la filosofía natural en la que se han hecho y pueden hacerse los más grandes
           progresos; esa es la razón por la cual la he convertido en mi especialidad; pero al
           mismo tiempo, no he descuidado las demás ramas de la ciencia. Sería un mal químico
           si me dedicara solamente a esa parcela del saber humano. Si su deseo es llegar a ser
           verdaderamente un hombre de ciencia y no un mero experimentador, le aconsejo que

           se aplique en todas las ramas de la filosofía natural, incluidas las matemáticas.
               A continuación me llevó a su laboratorio y me explicó los usos de los diversos
           aparatos,  aconsejándome  sobre  los  que  debía  procurarme,  y  prometiendo  que  me

           dejaría utilizar los suyos cuando hubiese progresado lo bastante en la ciencia como
           para no estropear su funcionamiento. También me dio la lista de libros que le había
           pedido, y me despidió.
               Así concluyó un día para mí memorable, que decidió mi destino futuro.








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