Page 168 - Mitos y cuentos egipcios de la época faraónica (ed. Gustave Lefebvre)
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176 MITOS Y CUENTOS EGIPCIOS DE LA ÉPOCA FARAÓNICA
clara dispuesto a ejecutar su voluntad; se compromete especialmente a re
novar su sepultura. Porque el espíritu es un espectro, un muerto a quien el
estado miserable de su tumba obliga a vagar y a sufrir privaciones y la in
temperie. Y sin embargo se trataba, cuando vivía sobre la tierra, de un alto
funcionario, tan estimado por el soberano que éste le había concedido —fa
vor supremo—el regalo de un sarcófago y de una tumba (F,3). Es esta se
pultura, en el presente arruinada y olvidada, la que hay que encontrar y
restaurar: las palabras y las promesas no sirven para nada si no están
acompañadas de resultados; las propias ofrendas funerarias no son más
que un gesto inútil. El Primer Profeta se decide, pues, a enviar a tres hom
bres a la búsqueda de la tumba abandonada (L,2). Los emisarios regresan,
una vez encontrado «el lugar excelente», donde se podrá «hacer perdurar
hasta la eternidad el nombre» del espíritu reconvertido en un muerto hon
rado y satisfecho. El Primer Profeta se regocija con ellos. Al espectro no
le queda más que reinstalarse en su morada eterna y recompensar a su
bienhechor: pero el relato de este último episodio no nos ha llegado.
Los ostraca antedichos son en su mayoría de la dinastía XIX; el origi
nal del cuento podría ser, a juzgar por la lengua y el estilo, de la misma épo
ca. No es preciso decir que se supone que los acontecimientos relatados
han sucedido mucho tiempo antes. ¿Pero en qué época? En las líneas F,3 y
4 se mencionan a los reyes Rahotep y Mentuhotep, bajo el reinado de los
cuales el espectro habría vivido y habría muerto. Sin embargo, un interva
lo de unos cuatrocientos años separa a estos dos reyes: Rahotep (Rc-htp),
poco conocido por lo demás, se considera efectivamente como el primer
rey de la dinastía XVII (siglo XVTI antes de nuestra era)2, en tanto que los
Mentuhotep pertenecen a la dinastía XI (siglo XXi). Es preciso, pues, esco
ger. Parece normal que los hechos colacionados en nuestro cuento sean
atribuidos preferentemente a una época en la que reinaba un soberano que,
como Mentuhotep III, transmitió a la posteridad un nombre glorioso, y
cuya tumba, conocida de todos, se encontraba en la necrópolis tebana, en
Deir el-Bahari. Esta hipótesis se fortalece con el hecho de que otros dos
nombres reales del final del cuento (L,l y 4) parecen reproducir, de mane
ra poco hábil y sin duda de forma abreviada, el «nombre» de uno -si no de
dos3—de los Mentuhotep, a saber, Nebhetepré (Nb-htp-Rc).
El espectro habría pues vivido unos setecientos años antes del reina
do de Ramsés II. En cuanto al Primer profeta, Khensemheb, es imposi
ble identificarlo: yo admitía en otro tiempo que abriría la serie de los
Grandes sacerdotes de Amón4, y que precedería a los primeros grandes
2 Drioton-Vandier, IÆgypte, p. 288.
ΛN b-hpt-Rc es el nombre de Mentuhotep II, pero es posible que el de Mentuhotep III deba
Irerse N b-hrwt-Rc: cfr. Sethe, en ZAS 62 (1927), p. 3.
’ Cí. I.KlKBVRF., Histoire des Grands prêtres dAm>n, París, 1929, pp. 63-66. Hov día habría que
unificar algunos detalles en estas páginas.