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204| En el Jardín de la Sabiduría Capítulo Seis: El encuentro
cerebro fantasioso pensaba que se merecía. Pero en vez de
contentarse con el hecho de haber curado a un paciente, él se
sentía desconsolado por lo que la gente decía de él. Y si bien
Hashem había posibilitado que él realizara un extraordinario
servicio a la humanidad, el Sabiondo no era feliz, porque
lo único que percibía era su propio ego. No importa lo que
hiciera, jamás iba a poder ser feliz.
En cierta ocasión, él necesitaba una prenda de vestir de modo
que llamó a un sastre y se tomó el trabajo de enseñarle la
manera de hacer una prenda de vestir de acuerdo con sus deseos,
tal como él sabía. El sastre se esforzó por hacer la vestimenta
tal como le gustaba al Sabiondo y lo logró, a excepción de una
solapa que no le salió perfectamente alineada. El Sabiondo
sufrió enormemente a causa de esto, porque sabía que en
aquel lugar la vestimenta era considerada de gran belleza, ya
que la gente no entendía tanto de modas, “pero si estuviera en
España con esa solapa, sería el hazmerreír de todos. La gente
pensaría que hago el ridículo”. De modo que el Sabiondo
sufría una continua angustia.
El Sabiondo siempre quería estar por encima de los demás.
Siempre quería ser el centro de atención. No podía ni pensar
que fuera una persona como todos las demás. Lo que más le
importaba era la impresión que le causaba a la gente. Siempre
tenía que resaltar, que ser especial. Siempre tenía que tener
cosas que los demás no tuvieran, ya sea la casa, el automóvil,
la ropa, etc.
Nuevamente, vemos que el Sabiondo estaba muy lejos de la
verdad. No tenía absolutamente nada de vitalidad interna.
Solamente se sentía bien cuando encontraba algún motivo
para llegar a la conclusión de que era mejor que todas las
demás personas.
| 197 hacer que empeore todavía más. va a cambiar en nada la situación y lo único que va a lograr es manos. Y en especial porque aunque uno viva triste, eso no el resultado, deberá alegrarse y disfrutar de la labor de sus
de su fortuna. La felicidad depende única y exclusivamente
de su nivel de emuná. La persona que tiene emuná es feliz y
la que no tiene emuná es desdichada. Todo el sufrimiento que
tiene la persona es producto de la maldad que tiene adentro.
Para poder limpiarse de esa maldad, es necesaria una emuná
perfecta.
Por lo tanto, la emuná es la base de todo lo bueno que la
persona puede llegar a obtener en este mundo y en el Mundo
Venidero. Y viceversa: la falta de emuná es la base de todo lo
malo y de todo el sufrimiento, tanto en este mundo como en
el Mundo Venidero. Esto se debe a que la falta de emuná es la
que lleva a la persona a ser dependiente de sus vicios, que son
como un infierno. Por ejemplo: la persona malhumorada vive
en un constante infierno. Se lleva mal con todo el mundo: con
su pareja, con sus hijos, con sus vecinos, con sus compañeros
de trabajo. Él es el que más sufre por su falta de emuná. ¿Acaso
alguien disfruta de ser un cascarrabias?
Lo mismo ocurre con todos los otros defectos. La persona
que tiene emuná no es avara, ni se preocupa por cada cosa ni
siente envidia de los demás. La persona que logra quebrar las
cadenas de los malos rasgos de carácter y que busca la verdad
y la emuná está transformando su vida en un paraíso terrenal.
Esa persona es realmente independiente, ya que su felicidad
proviene de adentro y no depende de ningún factor externo.
El deseo de honor
El deseo de honor y prestigio es una de las formas de deseo
más difíciles de superar. Es algo que enceguece por completo
a la persona. La persona que constantemente busca el honor
se siente devastada cuando alguien no la honra como ella
piensa que debería.
Se cuenta una historia jasídica de la época del Baal Shem Tov
acerca de un hombre que solía ayunar de un Shabat a otro. Los