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200| En el Jardín de la Sabiduría Capítulo Seis: El encuentro
del César casi se le salen de las órbitas y se puso a temblar de
furia, rugiendo: “¡¡Esos judíos insolentes!! ¡¡Los voy a mandar
a matar a todos!!”.
Najum no se inmutó. Él sabía que esto también era para bien,
tanto si lo entendía como si no…
De repente, apareció el Profeta Elías, disfrazado de ministro
romano, y anunció: “Su excelencia, es posible que este polvo
sea el polvo mágico que utilizó el ancestro de los judíos,
Abraham, a fin de dominar a sus enemigos. Quizás debamos
probarlo en la guerra del norte. Se sabe que este polvo, al ser
arrojado en dirección al enemigo, se transforma en una lluvia
de flechas letales”. El César aceptó la propuesta y decidió
tratar de usar el “polvo mágico” contra el obstinado enemigo
que hasta ese momento los romanos no habían logrado
derrotar.
Y como era de esperar, y para el gran deleite del César, el
“polvo mágico” muy pronto logró dominar al enemigo. El
César llenó el cofre de Najum, ahora vacío, con perlas y toda
clase de piedras preciosas, y se despidió amigablemente de él,
enviándolo de regreso a su tierra.
En el camino de regreso, Najum nuevamente volvió a
hospedarse en aquella posada. Los ladrones, muy sorprendidos
por el hecho de que Najum hubiera vuelto no sólo con vida
sino incluso con grandes honores, le preguntaron: “¿Cómo
reaccionó el César cuando le diste el cofre con el tesoro?
¿Acaso no vio lo que contenía?”.
“Oh, por supuesto que sí”, respondió Najum. “El polvo le
encantó…”.
Los ladrones decidieron entonces preparar todo un
cargamento de polvo y lo llevaron a Roma. Una vez allí, le
dijeron al César que el polvo que le había llevado el judío
en realidad les pertenecía a ellos. Entonces el César arrojó
un terrón al aire, pero el polvo no se transformó en flechas
mortales como había ocurrido con el polvo de Najum. En ese
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Capítulo Seis: El encuentro | 197
| 201 una posada, y el posadero les sirvió queso. Rabí Naftali, al Najman en un paseo fuera de la ciudad. Los tres llegaron a Rabí Natan y Rabí Naftali cierta vez acompañaron a Rabí enferma, tal como ocurre en el siguient
¿Cómo es posible que el Sabiondo sea capaz de insultarlo de
esa manera?
Si el Sabiondo hubiera sido una persona de mínimamente
buenos modales, entonces a pesar de no estar de acuerdo con
el Simple, le habría dicho así: “Discúlpeme, señor, pero a mí
me parece que usted está equivocado, ya que el objetivo en esta
vida es obtener sabiduría. En mi humilde opinión, el camino
que usted ha elegido no lo va a conducir a tal fin y la prueba 7
es que usted no posee sabiduría, etc.”. De esa manera, ambos
habrían entablado una conversación amable y constructiva,
tal como enseña el Rey Salomón (Eclesiastés 9): “Las palabras de
los sabios se escuchan con calma”.
Por supuesto, nosotros sabemos de antemano que hace
ya rato que el Sabiondo ha dejado de ser sabio, ya que ha
transgredido la regla consabida: “¿Quién es sabio? El que
aprende de cada persona”. Este hombre se burla de todos, lo
cual es precisamente lo opuesto a dicha regla, y además no
está dispuesto a aprender del Simple a actuar con simplicidad.
Y para colmo, ahora también está transgrediendo esta otra
regla: “Las palabras de los sabios se escuchan con calma”,
porque está insultando al Simple. Este, por su parte, no le
paga con la misma moneda. No le dice “Y tú eres un hereje,
un maleducado, un ingrato, un depresivo”, sino que, muy por
el contrario, lo bendice: “Ojalá pudieras alcanzar mi nivel”.
Pero el Sabiondo no bendice al Simple sino que le dice con
tono de insulto:
Pero que tú llegues a mi nivel, eso ya es absolutamente
imposible, que tú te vuelvas inteligente como yo”.
Este es otro error garrafal por parte del Sabiondo. Porque en
su opinión, la sabiduría es la meta a la que la persona debe
aspirar. Entonces ¿por qué el Simple no puede alcanzar ese
hacer que empeore todavía más. va a cambiar en nada la situación y lo único que va a lograr es manos. Y en especial porque aunque uno viva triste, eso no el resultado, deberá alegrarse y disfrutar de la labor de sus