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ya no era sólo de Daniel. Clotilde formaba parte con su aporte innato de logís-
tica y buen criterio administrativo. Sin ellos, la Academia Minerva hubiera si-
do económicamente inviable.
Se puso un aviso en el diario “El Chubut” para anunciar su inauguración
como instituto privado de enseñanza primaria y secundaria. También ofrecían
preparaciones especiales para rendir exámenes libres, materia por materia del
secundario, en el Colegio Nacional de Trelew. Como se venía haciendo hasta
ese momento.
Mi padre no tenía dinero, salvo
para pagar semanalmente su hotel y
comidas. Nunca supe quién, de los in-
teresados en que esa nueva escuela
funcionara -y seguramente algunos
masones-, le prestó quinientos pesos
moneda nacional. Con eso alquiló una
casa de planta baja y primer piso, con
dos entradas, recién terminada de cons-
truir en San Martín 648. Escuela y ho-
gar aunados, planta baja para las aulas
y planta alta para vivienda, con la di-
rección en un rinconcito del comedor.
No había lugar para más. Ese dinero
alcanzó para encargar algunos pupi-
tres, dos escritorios y dos armarios con
estantes y puertas corredizas, vidria-
das.
Había ponderado muy bien el pa-
so que estaba dando; percibía claramente que, entre quienes lo conocieron y
escucharon, las opiniones sobre su persona y su proyecto de escuela eran en-
contradas. Se lo miraba con algún recelo. Sobre todo por su condición de
maestro español republicano y exiliado.
Que fuera masón -ya entonces durmiente- no fue una información com-
partida en aquel momento, salvo por los amigos más cercanos. Tampoco se su-
po nunca que el Generalísimo lo buscó, como a tantos otros, lo encontró, y lle-
vó registro de su vida patagónica. El último informe, que data de seis meses
después de su muerte, repite que sus actividades “en el sur de la República Ar-
gentina” siempre fueron educativas.
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