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                     Frente a todo eso Daniel veía la posibilidad de poner en práctica la expe-
               riencia reunida adaptándola a una tierra joven y con mucho potencial. Había

               observado que los niños con menos posibilidades económicas, terminaban la
               escuela primaria y no continuaban estudiando, salvo algunos y en colegios con-
               fesionales. Supo que en la zona “existen trece escuelas primarias, incluida la
               zona minera adyacente a la ciudad, de las que anualmente egresan no menos
               de  trescientos  niños”.  Tomó la decisión, aceptaría la propuesta aclarando su
               necesidad personal de incorporar su Academia a la enseñanza oficial en cuanto

               fuera posible.

                     Entonces volvió a Buenos Aires a buscar a Clotilde y lo que quedaba de
               sus vidas, que entró muy bien en dos pequeños baúles y algún paquete. Muy
                                                                                 empolvados, el 5 de
                                                                                 febrero  de  1940,
                                                                                 desembarcaron  del

                                                                                 buque  Asturiano  y
                                                                                 pusieron  pie  en  el
                                                                                 primer  piso,  vacío,
                                                                                 de  San  Martín  648,

                                                                                 que  sería  la  casa  de
                                                                                 mi  familia  mientras
                                                                                 existió como tal. Re-
                                                                                 solvieron  los  mue-
                                                                                 bles  esenciales  con

                                                                                 un  crédito  de  honor
                                                                                 y  algunas  cosas  de
               segunda mano que Daniel reparó muy bien. Y construyó los bancos de la coci-
               na que siempre hubiera querido conservar para mi casa. Su título de Maestro
               Mayor de Obras lo había habilitado, también, como muy buen carpintero.

                           La Academia arrancó el ciclo escolar el 3 de mayo de 1940 con pocas

               aulas y ya en agosto hubo que agregar dos. En diciembre, Clotilde, como secre-
               taria y responsable de toda la organización administrativa, acompañó a Trelew
               a los alumnos secundarios que debían rendir sus exámenes de fin de curso. Al-
               gunos padres con mayores posibilidades preferían enviar a sus hijos a Buenos
               Aires con el mismo objetivo. Regresaron a Comodoro con un total de ochenta

               por ciento de materias aprobadas. Ante esos resultados el Comisionado Munici-
               pal, considerándola “como obra de bien público”, el 22 de enero de 1941 co-
               menzó el trámite ante el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública solicitando
               la incorporación de la Academia Minerva como instituto, en su totalidad, al Co-



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