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ses después. Los largos preparativos de la Segunda Guerra Mundial habían da-
do paso a la acción. A los tres días Argentina declaró su neutralidad.
Con la Guerra Civil perdida, una nueva contienda en Europa, y sin su hi-
jita, Daniel y Clotilde supieron que la distancia ya no era sólo oceánica. No les
importaba irse aún más lejos, como les habían propuesto Murcia y los Cánova,
pensando en la posibilidad de organizar un colegio secundario laico en Como-
doro. Tenían un proyecto de escuela, había una oportunidad y una esperanza.
EN COMODORO RIVADAVIA
El 14 de septiembre de 1939 el señor Cereceda, dueño del Hotel Colón,
recibió a mi padre con efusivo apretón de manos -ya sabía de su llegada- y lo
acompañó a su habitación, a mitad del larguísimo pasillo de la planta baja.
Durante el viaje por tierra y en su primera caminata hasta el mar Daniel descu-
brió que el conjunto de sus geografías amadas: meseta, estepa y océano, esta-
ban allí para volver a su vida.
En días sucesivos fue introducido en el apretado círculo de residentes españo-
les y en el conspicuo grupo de vecinos que formaba el Club Social. Además,
fue invitado a los viernes de mus en el Colón. Por garbanzos. En el bar. El
convite le recordó los interminables partidos con su tío Agustín y el grupo de
maestros, recién llegado a Algeciras, en el pequeño hotel donde vivían. Allí la
moneda de pago había sido alubias.
Unos días después, Eladio Cánova lo acompañó a la redacción de “El Ri-
vadavia” que informó sobre la visita del “calificado estudioso señor Daniel
Candel López, distinguido educador español, que piensa radicarse para in-
tentar la interesante experiencia de una escuela moderna”. En esa frase se
sugería el proyecto de escuela laica, republicana y por supuesto inclusiva que
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