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                tentabilidad  a  futuro  del  Instituto  de  Humanidades.  Respaldaba  sin  dudas  el

                Instituto del Petróleo, pero acompañado por un Instituto Agropecuario.
                Un año exacto después, por invitación del Rotary Club comodorense, y todavía

                dolido por su reciente fallecimiento, disertó sobre la obra de Juan Ramón Jimé-
                nez: “El Poeta Puro”, conferencia que El Rivadavia publicó completa, en dos
                partes.

                      Durante 1958 y 1959, Daniel y yo padecimos la doble experiencia de ser
                padre e hija y profesor y alumna. Resultaba complejo disociar roles, su exigen-
                cia era superlativa, el peso de

                mi responsabilidad, importan-
                te. Nos ayudó mucho una re-
                glamentación  que  existía  en
                ese momento: él no me podía

                calificar.   Rendía      pruebas
                mensuales  en  Rectoría  o  en
                Secretaría y el tema podía ser
                cualquiera  de  los  desarrolla-
                dos  durante  las  clases.  Pero
                nunca  dejó  de  tomarme  lec-

                ción  del  día,  como  a  una
                alumna  más.  Y  a  veces  le
                quedaron  ganas  de  ponerme
                un  uno,  aunque  no  sirviera

                para el boletín. Aprendí de él
                un manejo de la lengua caste-
                llana fluido y casi sin errores
                ortográficos gracias a los lar-
                gos dictados que se sucedían
                semana  tras  semana.  La  ma-

                yoría  de  quienes  fuimos  sus
                alumnos no dudamos entre la letra c y la letra z, pues, aunque a algunos les pa-
                recieran  iguales,  él  las  pronunciaba  con  una  leve  diferencia:  sólo  había  que
                prestar atención.

                      Conservo una ficha de evaluación de su tarea como profesor del Colegio
                durante 1959. Está firmada por él, en señal de aceptación, y por la Rectora que

                calificó su trabajo, Francina Girardez, aquella joven profesora de francés que
                había dictado clases en la Academia. Respeto mutuo por las jerarquías que se
                habían invertido, y calidad humana. La valoración fue de 37 puntos sobre 40


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