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                chos y aulas. Presencié esa dedicación durante las tardes en que acompañaba a

                mi padre, empeñado en ayudar. En septiembre de ese año, el profesor Fernán-
                dez Martínez le agradeció, mediante una nota oficial, la donación de material
                didáctico: mapas, plásticos anatómicos y de biología en general además de vi-
                trinas, escritorios y estanterías que habían pertenecido a la Academia.

                Conocedores de la falta de vivienda propia de la familia, dos de los primeros
                alumnos de la Academia, ya por entonces ingenieros Hernando Crespo y De-
                metrio Gete, les propusieron a Daniel y a Clotilde que compraran con crédito

                bancario un terreno en uno de los barrios nuevos de La Loma. Ellos ofrecían
                hacerse cargo de la adquisición de materiales y de la construcción de una casa.
                Recuerdo  el  entusiasmo  de  Clotilde  y  los  planos  desplegados  sobre  la  mesa
                grande de la cocina, explicados hasta en el mínimo detalle. No hubo manera de
                convencerlo.  Mi  madre  y  yo  nunca  pudimos  entender  esa  negativa.  Mi  her-

                mano era muy pequeño.

                      Ella, casi en ese mismo
                tiempo,  tuvo  una  gran  ale-
                gría  personal  gracias  al  ma-
                trimonio Capdevila. Carlos y
                María Rosa viajaron en lu-

                na de miel a España. En Al-
                geciras  visitaron  a  algunos
                de  nuestros  familiares  que
                habían conservado lo que se

                pudo  rescatar,  antes  de  ser
                allanado,  de  aquel  primer
                piso  que  alquilaban  mis  pa-
                dres  cuando  estalló  la  Gue-
                rra.  Con  enorme  generosi-
                dad, trajeron parte de juegos

                de sábanas de hilo bordados
                a mano por mi madre, algu-
                nos cubiertos de plata grabados en recuerdo de la boda de 1935, y dos tomos
                de poesía de José María Gabriel y Galán, libro que añoraba Daniel pues se lo

                había regalado muy tempranamente uno de sus hermanos. Nunca hubo mejor
                regalo para ellos que haber recuperado algo de su primer hogar.

                      En junio de 1957 definió su posición ante la inminente creación de dos
                Institutos Universitarios en Comodoro mediante un artículo que publicó El
                Rivadavia. Su cuestionamiento fundamental era, precisamente, sobre la sus-


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