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                Sus padres, Clemente y Lola Quirós, andaluz él, navarra ella, habían emigrado

                desde Madrid -donde vivían- a Buenos Aires en 1913 por uno de esos quiebres
                familiares que traen consecuencias.

                      A pesar de haber sido dueño, junto a su cuñado, de un comercio de embu-
                tidos, quesos y buenos vinos en el centro de Madrid, Clemente, al llegar a Bue-
                nos Aires, no tuvo inconvenientes en trabajar primero como vendedor en un
                bazar japonés en la calle Esmeralda y, ya establecidos en un buen departamen-

                to alquilado, como vendedor viajante en Casa Camauer, conocidos perfumistas
                de aquellos tiempos.

                Lola se ocupaba de la organización y manejo de su casa y desde el 11 de abril
                de 1916 de su niña, Clotilde.

                      Llevaron una vida discreta, sin apremios económicos pese a que el único
                ingreso era el sueldo de Clemente; gastaban solamente lo que podían y sus lu-
                jos fueron merendar los domingos en buenas confiterías y educar a la niña en el
                Colegio del Carmen, en la calle Tucumán.

                En 1924 Clotilde tuvo una hermanita que vivió sólo un mes, Lola había muerto

                por paro cardíaco en el parto. Ante la tragedia, Clemente decidió llevar a su hi-
                ja a España para que viviera y la educara su hermana Amparo junto a su mari-
                do, Pepe, que no tenían hijos. Todas estas personas desempeñaron un rol muy
                importante en el futuro de Daniel, en su supervivencia, en la definición de su
                primer exilio en Buenos Aires y luego en la determinación del segundo, en Co-

                modoro Rivadavia.

                      Clotilde Quirós, huérfana de madre, llegó a Aranjuez, a cuarenta y ocho
                kilómetros de Madrid, con nueve años recién cumplidos. Vivió dos años con tía
                Amparo en la casa que tenía asignada tío Pepe dentro de los cuarteles de la
                Guardia Civil, en cuya Administración se desempeñaba como Perito Contable.
                Amparo la había convertido en un hogar cálido. En 1927 hubo un traslado a

                Sevilla y una casa más grande aún donde Clotilde, como siempre decía, fue
                muy feliz.

                Recibió educación acorde con la costumbre de la época y después de terminar
                la escuela primaria en un colegio de monjas (como continuación del Colegio
                del Carmen), estudió alta costura.

                      De los veranos de Sevilla, quienes pueden, huyen. Aún hoy. Aquel trayec-
                to hasta Algeciras no era fácil, pero elegían esa ciudad por amigos y parientes

                que allí vivían. Algunas veces cambiaban a Cádiz, pero en ese preciso mes de
                julio de 1931, Daniel y Clotilde se encontraron en Algeciras.



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