Page 32 - Confesiones de mi alumno
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Estábamos caminando, cuando vi muchos árboles con enormes hojas que casi
tocaban el suelo, su tronco parecía a una tráquea y sus hojas se asemejaban a
los pulmones, observe bien y supuse que aquel árbol de plátano era bueno para
los pulmones, pero cuál fue mi sorpresa que al preguntar al nativo, este me
respondió que sus lágrimas podían curar la tuberculosis. Podía ser cierto, no lo
sé, había que demostrarlo, por supuesto.
Hable también de aquellas plantas que usaban los chamanes y brujos en sus
ceremonias de sanación: la ayahuasca y el san pedro, eran bien conocidos. Lo
usaban para separar el alma del cuerpo, y entonces procedían dizque a curar.
Una dosis exacta era suficiente para experimentar y ver el mundo a colores, y
surrealista: el inframundo. Con ese método era tan fácil penetrar en el averno y
difícil acceder al cielo, a eso que los científicos llaman cuarta, y quinta
dimensión, esos niveles superiores. Había, pues ciencia en las costumbres de
nuestros pueblos. Claro que sí, afirmaba con tal seguridad que mis alumnos
fingían creer.
Todo esto para mí, tan solo era una fuente riquísima, de donde podía extraer
cuentos, mitos, historias de gentes que experimentaban la muerte, porque
beber de esas plantas era como morir un instante y luego volvías a la vida, en
otro estado, pero a la misma dimensión.
Les conté también lo que me contaron de Hugo Blanco que era más mito que
verdad, o más verdad que mentira. Dicen que el hombre se convierte en perro y
en mosca. Adopta la forma de cualquier animal y se presenta a su pueblo, así
cuentan los que le vieron. Que de pronto desaparece y aparece convertido en un
animal para escapar de la policía. Hable también de aquella anciana que fue
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