Page 104 - Auge y caída del antiguo Egipto
P. 104
hasta un nuevo revestimiento de piedra. Incluso utilizaron costosos troncos de
madera importados para apuntalar los techos (una entrada de la piedra de
Palermo registra la llegada de cuarenta barcos procedentes de Kebny y cargados
de madera de conífera), pero fue en vano. Finalmente, en un intento desesperado
de salvar la pirámide —y su propia carrera profesional— de la ruina absoluta,
los arquitectos llevaron a cabo un cambio de planes radical. Para la mitad
superior de la pirámide, redujeron todavía más el ángulo de inclinación, a 43
grados. Para ello se emplearon bloques de piedra más pequeños, y además se
colocaron en hiladas completamente horizontales, en lugar de las hiladas
inclinadas hacia dentro que se habían utilizado hasta entonces, y con las que se
había contribuido involuntariamente a aumentar las tensiones sobre la base. El
resultado sería una pirámide terminada, pero también una tremenda chapuza.
Aunque al final alcanzaría algo más de cien metros de altura, la que pasaría a
conocerse como «Pirámide Acodada» difícilmente podía resultar el lugar
apropiado para el descanso eterno del «dios perfecto». Agotados y humillados, a
los ingenieros, arquitectos y constructores de Seneferu ya no les quedaba
ninguna duda acerca de qué era lo que tenían que hacer: volver a empezar de
cero.
Los trabajos en la Pirámide Acodada prosiguieron. Aunque era ya inútil, de
todos modos había que terminarla: un desastre inacabado representaría el colmo
de la ignominia. Pero, con el paso del tiempo, el foco de la atención y de la
actividad pasó a centrarse en los preparativos para construir un tercer gran
monumento. Esta vez se aplicaron rigurosamente las lecciones aprendidas fruto
de la amarga experiencia: se escogió un emplazamiento que tuviera debajo una
geología estable; el monumento se planificó desde un primer momento con un
reducido ángulo de inclinación (los mismos 43 grados utilizados en la parte
superior de la Pirámide Acodada), y todos los bloques de piedra se colocarían en
hiladas completamente horizontales. Se movilizaron recursos y mano de obra
como nunca antes, ya que la única mercancía que escaseaba era el tiempo.
Seneferu llevaba ya veinte años en el trono, y su monumento para la eternidad