Page 116 - Auge y caída del antiguo Egipto
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imitara a los santuarios de los dioses venía a difuminar todavía más la distinción.
                  Este profundo cambio en la relación entre el rey y sus súbditos reflejaba un

               engrandecimiento de la monarquía que no se constata solo en Giza, el epicentro

               de la autoridad regia, sino hasta en los límites más alejados del reino egipcio.
               Diversas inscripciones halladas en las inhóspitas montañas del Sinaí, al nordeste,

               y en un aislado afloramiento rocoso en el desierto, al sudoeste, dan testimonio de

               las expediciones financiadas por el Estado y enviadas por Jufu y sus sucesores a

               los más remotos confines de Egipto. Su propósito era traer piedras preciosas para
               los  reales  talleres,  materiales  que  pudieran  ser  transformados  en  estatuas,  en

               joyas  y  en  otros  objetos  costosos  para  proyectar  y  realzar  la  autoridad  del

               soberano. La opulencia —e incluso la decadencia— de la corte de Jufu resulta
               especialmente evidente en dos tumbas excavadas cerca de la Gran Pirámide. Una

               de  ellas  pertenecía  a  un  enano  llamado  Pernianju,  cuyo  trabajo  consistía  en

               entretener al rey y a los miembros de la familia real, probablemente cantando y

               bailando;  es  decir,  el  equivalente  en  el  antiguo  Egipto  del  bufón  en  la  corte
               medieval. Podemos imaginar las escenas de banquetes y fiestas que tenían lugar

               en  el  palacio  real  mientras  los  súbditos  del  rey  yacían  en  sus  estrechos

               barracones al final de otra jornada de arduo trabajo en la meseta de Giza.
                  La segunda tumba contenía enseres preparados para la propia madre del rey, y

               proporciona reveladoras pistas acerca del estilo de vida de la realeza en la IV

               Dinastía. Heteferes era la esposa de un gran constructor de pirámides (Seneferu),
               madre de otro y, además, muy probablemente, hija de un rey. Como correspondía

               a su elevado rango, llevaba una vida llena de lujo y comodidades, trasladada de

               un  lugar  a  otro  en  una  litera  dorada  con  paneles  de  marfil.  Los  jeroglíficos
               taraceados en oro que la adornaban especificaban sus numerosos títulos: «madre

               del  dos  veces  rey»,  «seguidora  de  Horus»,  «directora  del  soberano»,  «la

               magnánima,  cuyas  palabras  son  órdenes»…  Si  hemos  de  hacer  caso  de  todos

               esos epítetos, parece que Jufu solo aceptaba órdenes de una única persona, y esa
               persona  era  su  madre.  La  impresión  de  una  familia  real  peripatética,  que  se

               trasladaba constantemente de un lugar a otro, se ve reforzada por otros artículos
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