Page 117 - Auge y caída del antiguo Egipto
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del ajuar funerario de Heteferes, entre los que se incluían un lecho con un dosel
independiente y dos sillas bajas. El mobiliario era ligero y muy fácil de
desmontar, transportar y volver a montar. Su sencillez y elegancia de diseño,
junto con su elaboración ejemplar y lo suntuoso de los materiales empleados,
resumen muy bien la autoconfianza y la comedida opulencia de la IV Dinastía.
Las posesiones más preciadas de Heteferes eran sus joyeros, uno de los cuales
había sido especialmente diseñado para albergar veinte brazaletes de plata. Una
imagen de la reina en su litera la representa llevando catorce de los brazaletes a
la vez, todos ellos en el brazo derecho. En aquel período de la historia egipcia, la
plata (que debía ser importada de tierras lejanas) se consideraba mucho más
valiosa que el oro, y el valor de los brazaletes se veía reforzado además por su
decoración a base de incrustaciones de turquesa, lapislázuli y cornalina. En
conjunto, Heteferes debía de ofrecer la deslumbrante apariencia de una reina
africana, algo de lo más apropiado para la madre de un rey todopoderoso.
Pero ni siquiera Jufu podía desafiar la caducidad humana. Murió en torno al
año 2525, y fue enterrado con la debida pompa y solemnidad en la Gran
Pirámide tras celebrarse las ceremonias funerarias, presididas por su hijo y
heredero, Dyedefra. No parece que el nuevo rey heredara la predilección de su
padre por los monumentos suntuosos, ya que construyó una pirámide mucho más
pequeña en un emplazamiento completamente nuevo situado en el extremo más
septentrional de la gran necrópolis menfita. Quizá se dio cuenta de que no podía
competir con Giza. Otra posible razón para la elección del nuevo
emplazamiento, de naturaleza más simbólica, era que este se hallaba frente a la
ciudad de Iunu, principal centro del culto al dios solar Ra. Dyedefra se sentía
claramente fascinado por la divinidad solar, y su vivificante resplandor
representaba una metáfora sumamente apropiada para una monarquía
todopoderosa y resplandeciente. Dyedefra decidió aprovechar este simbolismo
para forjar un vínculo entre rey y dios que lograra en términos teológicos lo
mismo que su padre había logrado por medio de la arquitectura monumental. El
propio nombre de Dyedefra, que significa «Ra, el que habla», representaba una