Page 155 - Auge y caída del antiguo Egipto
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asignaba  sacerdotes  mortuorios  a  Shemai  y  su  esposa,  un  privilegio  hasta
               entonces  reservado  solo  a  la  realeza.  De  manera  similar,  sus  monumentos

               funerarios  —que  serían  redescubiertos  en  tiempos  modernos—  fueron

               construidos  de  granito  rojo,  un  material  con  fuertes  connotaciones  solares  y
               sometido al monopolio regio. La razón de todos esos honores quedaba patente en

               el  primero  de  los  decretos  de  Neferkauhor,  en  el  que  estipulaba  los  títulos  y

               dignidades que había que otorgar a la esposa de Shemai, Nebet. Y ello porque

               esta  no  era  otra  que  «la  hija  mayor  del  rey  y  la  única  favorita  del  rey».
               Evidentemente, en cuanto Neferkauhor accedió al trono decidió utilizar su breve

               período  de  poder  para  colmar  de  concesiones  y  favores  reales  a  sus  parientes

               más cercanos. Era el clásico comportamiento de un dictador de poca monta.
                  El  último  de  los  decretos  de  Gebtu,  datado  en  el  reinado  del  sucesor  de

               Neferkauhor,  Neferirkara,  prohibía  a  cualquier  persona  causar  daños  a  los

               monumentos  funerarios  del  hijo  de  Shemai  y  Nebet,  Idy  (ahora  ascendido  a

               visir), o reducir sus ofrendas. Aunque promulgados desde la capital nacional, los
               decretos  representaban  los  últimos  coletazos  de  la  monarquía  menfita.  Su

               cobarde  favoritismo  señalaba  «la  dependencia  casi  abyecta  por  parte  de  los

               faraones de Menfis de la lealtad de la poderosa nobleza terrateniente del Alto
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               Egipto».   Pese  al  aparente  mantenimiento  de  la  estabilidad  económica  y  la
               asociada prosperidad de cultos locales como el de Min en Gebtu, el poder real se

               desvanecía con rapidez. En la persona de Neferirkara —así llamado en honor a
               un  ilustre  monarca  de  la  V  Dinastía,  pero  en  realidad  un  rey  de  parches  y

               chapuzas—, el sistema de gobierno regio que había servido a Egipto durante un

               milenio había llegado a un ignominioso final. Con todo, la élite política, y el país
               en general, no estaban preparados en absoluto para lo que iba a venir después.






               GRANDES HOMBRES, GRANDES IDEAS


               Con  el  colapso  de  la  autoridad  central,  Egipto  se  fragmentó  siguiendo  pautas
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