Page 153 - Auge y caída del antiguo Egipto
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cargo —dos años, un mes y un día, para ser exactos— como dejar una especie de
monumento para la posteridad fue Ibi (a partir de la V Dinastía, los monarcas
egipcios parecen tener una curiosa tendencia a escoger nombres propios que
suenan infantiles a nuestros oídos, desde Izi o Iny hasta Teti o Pepy, pasando por
Neby, Iti o Ibi;* quizá ello nos dé una pista acerca de la consentida atmósfera
que reinaba en los reales aposentos). Podemos imaginar muy bien la febril
actividad que se adueñó de la corte y que se mantuvo en los reales talleres
cuando el rey recién entronizado anunció su intención de construir una pirámide
en Saqqara, tradicional lugar de enterramiento de los monarcas desde la época de
Necherjet. Las experiencias recientes mostraban que el tiempo era esencial. En
respuesta a las nuevas realidades de la monarquía, los arquitectos de Ibi
propusieron un monumento que pudiera ser completado antes de que la rueda de
la fortuna diera una nueva vuelta, llevando a un nuevo gobernante al poder. El
resultado difícilmente puede calificarse de «pirámide» en el sentido que cabría
esperar del término. Aunque situada deliberadamente en un emplazamiento
próximo a la pirámide de Pepy II, resultaba diminuta para los estándares del
Imperio Antiguo. Con menos de treinta metros de lado (sesenta antiguos codos
egipcios) en la base y una altura prevista de solo unos veinte metros, tenía el
mismo tamaño que las pirámides de las reinas de Pepy II; algo muy poco digno
de alguien que afirmaba ser el hijo de Ra. Para facilitar que la construcción fuera
lo más rápida posible, la parte central se construyó con barro, piedras pequeñas y
trozos de roca caliza, la receta menos adecuada para la estabilidad y la
longevidad. En el pasillo descendente y la cámara mortuoria subterránea se
grabó una selección de «Textos de las Pirámides», y, por fuera, apoyada en la
cara norte de la pirámide, se construyó una capilla de adobe para que sirviera de
templo funerario. Aun así, el revestimiento exterior ni siquiera llegó a iniciarse;
a Ibi se le echó el tiempo encima. Sería el único de entre los sucesores directos
de Pepy que intentaría siquiera construir una pirámide.
También en otros aspectos, y desafiando su propia impotencia, la
administración se comportaba públicamente como si nada hubiera cambiado.