Page 367 - Auge y caída del antiguo Egipto
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una rivalidad que había durado toda su vida, era Horemheb quien reía el último.
Restaurar los templos, restablecer las ofrendas y volver a dotarlos «de
sacerdotes-legos y sacerdotes-lectores elegidos de entre los mejores de la
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infantería» constituían tareas esenciales para volver a poner al país en la senda
de la tradición. Pero la agenda contrarrevolucionaria de Horemheb iba más allá
del ámbito religioso. Como todos los reyes desde los albores de la historia
egipcia, había anunciado su programa en el nombre de Horus que había
adoptado en el momento de su ascenso al trono: «Toro Poderoso, cuyos consejos
son penetrantes». Su énfasis en la ley además de en el orden era plenamente
intencionado. Basándose en su experiencia al «establecer las leyes de las Dos
Orillas» bajo el reinado de Tutankamón, Horemheb promulgó una serie de
grandes reformas legislativas, publicadas en forma de un edicto. Este, que
representa uno de los ejemplos más extensos de legislación faraónica que se han
conservado, estaba destinado tanto a contrarrestar los abusos de poder cometidos
por los agentes del Estado como a reforzar la seguridad del propio régimen de
Horemheb. Aunque el preámbulo está redactado en la habitual fraseología
grandilocuente —«Su Majestad determinó … desterrar el caos y destruir la
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falsedad»—, las detalladas medidas que siguen resultan plenamente
pragmáticas. El panorama que describen es el de un gobernante imbuido de
disciplina militar y decidido a gobernar Egipto con directrices similares. Cuatro
de las diez cláusulas establecen nuevas penas para el abuso de autoridad por
parte de los agentes de palacio. Cualquiera que fuera declarado culpable de
requisar barcos o trabajadores destinados a proyectos del Estado, podía contar
con que recibiría el más duro de los castigos: el exilio a la desolada fortaleza
fronteriza de Tyaru y la mutilación facial. Los empleados públicos venales
podían esperar una sanción ejemplar, y también sobre los empleados de palacio
corruptos caería todo el peso de la ley. Ya no se toleraría aplicar impuestos
incorrectos, recaudar demasiado forraje (empobreciendo con ello al conjunto de
la población) o extraer cantidades prohibitivas de provisiones a los alcaldes
durante los viajes reales. Tampoco los miembros de las fuerzas armadas estarían