Page 364 - Auge y caída del antiguo Egipto
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del ejército registraban todos los detalles.
                  Esta crueldad era bien aceptada fuera de las filas del ejército, ya que en el

               Egipto faraónico tales cualidades constituían también el trampolín perfecto para

               hacer  carrera  en  la  administración  pública.  Como  muchos  altos  oficiales,
               Horemheb  fue  capaz  de  combinar  funciones  civiles  y  militares.  Además  de

               comandante  de  las  fuerzas  armadas  de  Tutankamón,  actuaba  también  como

               protector del joven rey. En su calidad de «delegado del rey en todo el territorio»

               y como «aquel que repite las palabras del rey a su séquito», Horemheb ejercía
               una enorme influencia en la dirección de las políticas de gobierno, y desde su

               oficina en Menfis debió de ser uno de los principales artífices del retorno a la

               ortodoxia. De hecho, las inscripciones que aparecen en su tumba privada omiten
               visiblemente toda referencia a Tutankamón por su nombre, un reconocimiento

               no demasiado velado de que en realidad era el general, y no el joven rey, el que

               llevaba  la  voz  cantante.  Como  poder  en  la  sombra  oculto  tras  el  trono,  el

               comandante en jefe estaba conduciendo ya a Egipto hacia un gobierno militar
               como  forma  de  restablecer  el  orden.  Tal  como  proclamaban  sus  títulos,

               Horemheb representaba, de hecho, «los dos ojos del rey a la hora de dirigir las

               Dos Tierras y de establecer las leyes de las Dos Orillas». No tendría que esperar
               mucho para poder llevar a cabo la transformación definitiva que le llevaría desde

               el cargo de «delegado del rey» a ocupar él mismo el más alto puesto.





               DISCIPLINA MILITAR


               En  el  momento  de  la  prematura  muerte  de  Tutankamón,  en  1322,  Horemheb

               estaba en el campo de batalla en la lejana Siria, dirigiendo a las tropas egipcias

               en  una  infructuosa  campaña  para  reconquistar  la  ciudad  rebelde  de  Qadesh  y
               liberarla  del  control  hitita.  La  naturaleza  de  su  implicación  en  los  turbios

               acontecimientos  que  siguieron  —la  súplica  de  Anjesenamón  al  rey  hitita  para

               que le enviara un esposo, el asesinato del príncipe Zannanza en ruta hacia Egipto
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