Page 362 - Auge y caída del antiguo Egipto
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victoriosos abandonando el campo de batalla con tres manos enemigas colgadas
de cada una de sus lanzas.
Si la infantería formaba la columna vertebral del ejército egipcio, el cuerpo de
carros representaba la tropa de choque. La introducción del carro y del caballo
—procedentes de Asia occidental— a comienzos del Imperio Nuevo revolucionó
las artes militares en el mundo antiguo, y proporcionó a Egipto una fuerza que
resultaba extremadamente eficaz cuando se utilizaba contra una infantería
numerosa. Cada carro de guerra llevaba un equipo de dos hombres: un guerrero
armado con un arco y un conductor que a la vez era el portador del escudo. La
ligereza del carro y la posición retrasada de las ruedas le proporcionaban la
máxima velocidad y maniobrabilidad, perfectas para «debilitar» al enemigo
antes de un ataque frontal o para hostigar a las fuerzas derrotadas haciéndolas
huir a la desbandada. El carro, que constituía la última palabra en armamento de
la época, representaba también el símbolo de estatus definitivo para la élite
egipcia, y ello pese al hecho de que, como en muchas otras innovaciones, habían
sido los extranjeros quienes lo habían llevado al valle del Nilo. Pero el caso es
que los egipcios de la XVIII Dinastía volvieron aquel éxito tecnológico contra
sus propios inventores, utilizando las unidades de carros para conquistar y
doblegar una provincia tras otra en todo Oriente Próximo. Sin el carro, resulta
dudoso que Egipto hubiera logrado siquiera forjar un imperio.
Los carros, como el uso de camas en campaña, eran prerrogativa de la clase de
oficiales. Para que un soldado raso pudiera aspirar a tales lujos, primero tenía
que pasar un tiempo en lo más bajo de la jerarquía e ir ascendiendo poco a poco
de rango. No cabe duda de que el ejército ofrecía un pasaporte hacia el prestigio
y el poder para los hombres decididos y ambiciosos. Nadie ilustra mejor este
hecho que Horemheb. Oriundo de provincias, en el Egipto Medio, su brillante
carrera militar le llevó no solo a lo más alto del ejército, sino a la auténtica
cúspide del Estado egipcio. Nacido durante el reinado de Amenhotep III, los
comienzos de la carrera de Horemheb bajo el reinado de Ajenatón permanecen
rodeados por el misterio —ya que posteriormente no desearía que se le