Page 361 - Auge y caída del antiguo Egipto
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veinticinco kilómetros diarios—, el equipo básico del soldado se componía de un
petate, ropa, sandalias y un bastón o garrote para su protección personal. El
armamento más sofisticado se entregaba solo cuando el ejército estaba a punto
de entablar combate con el enemigo (esta era todavía la época de las batallas
ejecutadas como en un tablero). Pero cuando les daban las armas, les quitaban el
calzado, ya que los soldados egipcios luchaban descalzos. Del mismo modo, los
elementos de protección corporal eran prácticamente inexistentes, ya que
impedían la libertad de movimientos en el campo de batalla. Aparte de un
escudo y quizá un chaleco de cuero acolchado, el soldado de infantería dependía
solo de su ingenio y su fortaleza para protegerse. Cuando se necesitaba potencia
de disparo a largas distancias, las armas preferidas eran los arcos y flechas. Los
arcos, de diseño sencillo, tenían distintos tamaños: pequeños, para ataques de
corto alcance, y largos, para ser utilizados por unidades de arqueros integradas
por numerosos efectivos que disparaban desde un punto fijo. Los arcos
compuestos, una innovación tecnológica de comienzos del Imperio Nuevo,
proporcionaban una capacidad de penetración mayor todavía, y eran los
favoritos de los oficiales. También se elegían diferentes variedades de flecha en
función del tipo de herida que el arquero deseara infligir: flechas puntiagudas o
con púas para provocar heridas profundas en la carne, y flechas de punta plana
para dejar inconsciente al enemigo. Otras armas de larga distancia incluían
hondas, lanzas y jabalinas. Para la lucha cuerpo a cuerpo, los garrotes y bastones
eran a la vez baratos de fabricar y brutalmente efectivos, permitiendo asestar
golpes lo bastante fuertes como para derribar incluso a un adversario protegido
con armadura. Las hachas de guerra permitían repartir tajos entre las fuerzas
enemigas y las cimitarras, asestar mandobles. Como arma de último recurso, la
daga de hoja corta resultaba de un valor inestimable, pero también servía a otro
propósito más terrible. Tras cada combate, el ejército egipcio contaba el número
de enemigos abatidos cortándole una mano (o, en el caso de los enemigos
incircuncisos, el pene) a cada adversario muerto. En una escena reproducida a
finales de la XVIII Dinastía, se representa a un grupo de soldados egipcios