Page 360 - Auge y caída del antiguo Egipto
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cuyos efectivos exactos dependían de las necesidades de cada caso. Las grandes
campañas militares supusieron la consolidación de los batallones en regimientos
o divisiones, cada uno de ellos al mando de un general y bautizado con el
nombre de uno de los dioses estatales egipcios. Del mismo modo, el cuerpo de
carros estaba organizado en grupos de cincuenta unidades, con un claro
predominio de los oficiales (tal como ocurriría en la caballería de los ejércitos de
la Europa imperial de finales del siglo XIX).
La vida como soldado de infantería en el ejército del faraón podía
proporcionar oportunidades de aventura y progreso profesional, pero no era
precisamente un lecho de rosas. Incluso para quienes se incorporaban como
voluntarios —en lugar de ser soldados de leva— el entrenamiento era duro, y se
caracterizaba por las palizas indiscriminadas. Aunque había un cuadro
especializado de «escribas militares» (empleados de oficina) responsables de
llevar los registros y repartir las provisiones, en el campo de batalla las raciones
eran muy escasas, y se esperaba que los soldados complementaran su asignación
de pan y agua buscando o robando comida y bebida por su cuenta; así, apenas
sorprende que en la batalla de Megido las fuerzas egipcias se preocuparan más
de saquear las posesiones del enemigo que de tomar la ciudad. Puede que
muchos soldados tuvieran que pasar semanas enteras sin poder ingerir una
comida completa. Además, un soldado de infantería tampoco podía optar por
abandonar aquella vida de privaciones, si no era mediante un ascenso o porque
muriera en acto de servicio; cualquier desertor sabía que se podía encarcelar a
sus parientes hasta que volviera a incorporarse a su unidad. Si el trato dado a los
reclutas egipcios ya era malo, la suerte reservada a los prisioneros de guerra
extranjeros reclutados a la fuerza en el ejército aún era peor. Estos podían contar
con ser registrados y marcados, e incluso circuncidados para «egipcianizarlos».
Solo si sobrevivían a una vida de servicio activo podían aspirar a un retiro
honroso, pasando a cultivar una parcela de tierra que el Estado les asignaba.
Cuando un ejército egipcio marchaba a la guerra —al ritmo de unos