Page 366 - Auge y caída del antiguo Egipto
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pluma de un escriba del antiguo Egipto. Explicaba cómo Horemheb había sido
elegido desde la infancia por su dios local, Horus de Heracleópolis, que había
actuado como su padre, protegiéndole hasta que llegara el momento:
Pasaba una generación y otra [y su padre seguía manteniéndole a salvo], pues conocía el día en que se
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retiraría para entregarle su reinado.
Según esta explicación, la larga carrera de Horemheb en el ejército y la
administración pública formaba parte del plan divino. A la larga, cuando llegó el
momento apropiado (de hecho, cuando surgió la oportunidad), Horus ascendió a
su candidato electo y lo entregó a la custodia de Amón-Ra. De ese modo, un
muchacho de provincias se convirtió en el señor de las Dos Tierras.
El hecho de que tanto la ocasión como el escenario de la coronación de
Horemheb recordaran al glorioso reinado de Amenhotep III, era absolutamente
deliberado. Parte del programa de legitimación de Horemheb implicaba borrar
los reinados intermedios de la historia, de manera que pudiera presentarse como
el primer faraón legítimo desde la «deslumbrante esfera de Egipto». A tal fin, los
templos de Ajenatón en Gempaatón fueron sistemáticamente desmantelados y
sus bloques de piedra, utilizados como material de relleno en las construcciones
de Horemheb. Siguiendo sus órdenes, equipos de hombres se abatieron sobre
Ajetatón para borrar todo rastro del rey hereje. Las estatuas de Ajenatón y
Nefertiti fueron derribadas, destrozadas y amontonadas en una pila frente al
Gran Templo de Atón. También Tutankamón y Ay fueron objeto de la
persecución oficial. Las inscripciones y monumentos del joven rey fueron
grabados de nuevo con nombres y títulos de Horemheb, de modo que pudiera
atribuírsele todo el mérito del retorno a la ortodoxia (del que, en cualquier caso,
había sido responsable en gran medida). En cuanto a Ay, el viejo sirviente que
había mantenido a Horemheb alejado del trono, su memoria fue tratada aún con
más dureza. Su tumba en el Valle de los Reyes y sus monumentos públicos
fueron profanados para destruir cualquier esperanza de inmortalidad. Al final de