Page 411 - Auge y caída del antiguo Egipto
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escoba con la que barrer las telarañas del gobierno ramésida y revitalizar el
sentimiento del país acerca de su rumbo y su destino.
Egipto ya había experimentado antes momentos similares. La crisis que había
seguido a la muerte de Tutankamón, aunque ya no estaba viva en el recuerdo,
ofrecía un paralelismo reciente de la situación por la que ahora atravesaba el
país. Entonces la solución había sido acudir al ejército; ¿por qué no hacerlo
también ahora? Por segunda vez en un siglo, los poderes en la sombra de Tebas y
Menfis buscaron entre las filas militares a un hombre fuerte que fundara una
nueva dinastía y devolviera el equilibrio a Egipto. El candidato que eligieron
encajaba plenamente con el perfil: un comandante del ejército, responsable de
las tropas de una guarnición, y que tenía exactamente la formación y el historial
adecuados para ser un buen faraón guerrero. Tenía ya un hijo (también en el
ejército) y, por tanto, garantizaba la continuidad dinástica. Hasta su nombre,
Sethnajt («Seth es victorioso»), parecía hecho a la medida.
Y lo cierto es que no decepcionó. Reuniendo a sus fuerzas en 1190, Sethnajt
se dispuso a restablecer el orden y aplastar cualquier oposición. En cuestión de
meses, el golpe militar fue completo: «No [quedaba] enemigo de Su Majestad en
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ninguna tierra». Para rematar su triunfo, lanzó una campaña propagandística
equiparable a su destreza marcial. En un monumento a la victoria erigido en
Abu, la tradicional frontera sur de Egipto, Sethnajt evocaba el desolado
panorama existente antes de su aparición en escena: «Esta tierra era presa de la
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desolación; Egipto se había apartado de su confianza en el dios». Pero el texto
iba aún más allá, aduciendo la existencia de una conspiración por parte de ciertas
autoridades egipcias a las que no nombraba para apoderarse del país con ayuda
asiática. Esta velada referencia a Bay jugaba con el prejuicio más arraigado y
más antiguo de los egipcios, su odio y recelo hacia los extranjeros. Sethnajt
podía así presentarse a sí mismo no como un matón militar, sino como un
salvador de la patria, a quien la deidad suprema había elegido «entre millones,
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ignorando a cientos de miles por encima de él». Como Horemheb antes que él,
Sethnajt hizo desaparecer de la historia a sus inmediatos predecesores y que el