Page 413 - Auge y caída del antiguo Egipto
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La primera en caer fue la gran ciudad marítima de Ugarit. Su altruismo
constituyó su ruina. El rey de Ugarit había enviado un considerable número de
efectivos militares al sur de Anatolia en respuesta a las súplicas de ayuda urgente
formuladas por territorios vecinos que ya eran objeto de ataque. Los soldados de
Ugarit lucharon junto a los hititas, mientras que su flota patrullaba la costa de
Licia. Pero su conducta de aliado ejemplar había puesto involuntariamente a la
propia Ugarit en la línea de fuego. Desbordadas y faltas de efectivos, el resto de
sus fuerzas resultaron irremisiblemente incapaces de defenderse cuando llegó el
ataque. En un último intento por salvar todo su reino de la destrucción, el rey de
Ugarit escribió una desesperada carta a su homólogo de Alasiya (Chipre). En
ella resulta palpable su estado de pánico: «Los barcos enemigos ya están aquí,
han prendido fuego a mis ciudades y han causado grandes daños en el campo». 7
Pero era demasiado tarde. La tablilla de arcilla que llevaba la carta del rey jamás
llegó a ser enviada. Sería descubierta, todavía dentro del horno en la que se
estaba cociendo, entre los escombros de la ciudad devastada, como un vívido
relato de primera mano redactado la víspera de la destrucción. Ugarit fue
arrasada, y jamás volvería a habitarse. Uno de los grandes puertos naturales del
Mediterráneo había quedado reducido a un montón de humeantes ruinas.
El siguiente en sentir el calor del fuego fue un estrecho aliado de Egipto, el
reino hitita. En un desesperado frenesí de correspondencia diplomática, el último
gobernante hitita hablaba de la lucha contra un enemigo que había llegado por
mar, pero no solo en alta mar, sino también en las playas, en las zonas de
desembarco y en las colinas. Tan audaces como infatigables, los atacantes
penetraron en el interior y pusieron rumbo al norte, dirigiéndose hacia la capital
hitita, Hattusa. Ni siquiera la ayuda militar de Ugarit pudo detenerles. En un
desesperado intento de parar su avance, el rey hitita invadió a su vecino, el
territorio costero de Tarhuntassa; pero fue en vano. Primero Tarhuntassa y luego
el reino hitita fueron derrotados y devastados. La propia Hattusa fue saqueada e
incendiada; la real ciudadela fortificada no fue rival para los invasores.
En otras partes de Asia Menor, las deslumbrantes ciudades de Mileto y Troya