Page 412 - Auge y caída del antiguo Egipto
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discurso oficial le presentara como el legítimo sucesor de Seti II. Era un juego de
               manos, una meticulosa distorsión de la verdad digna de un gran faraón.

                  Aunque  pasaba  ya  con  mucho  de  la  edad  madura,  Sethnajt  no  tenía  que

               preocuparse por su legado; su hijo y heredero, nada menos que otro Ramsés, se
               encargaría  de  ello.  Cuando  Ramsés  III  le  sucedió  en  el  trono,  en  1187,  se

               propuso  remedar  conscientemente  a  su  gran  homónimo,  adoptando  todos  los

               nombres  y  títulos  reales  del  vencedor  de  Qadesh.  Incluso  dio  a  sus  hijos  los

               mismos nombres y puestos en la corte que Ramsés II diera a los suyos, y ordenó
               asimismo que se iniciaran los trabajos de construcción de un templo funerario en

               la  zona  oeste  de  Tebas,  a  imagen  y  semejanza  del  Ramesseum.  Tanto  a  los

               funcionarios  como  a  los  egipcios  normales  y  corrientes  aquello  debió  de
               parecerles un nuevo amanecer, un retorno a los gloriosos días de Osimandias.

                  De hecho, la historia estaba a punto de repetirse; pero de un modo que Ramsés

               III ni deseaba ni esperaba.





               LUCHA POR LA SUPERVIVENCIA


               En los primeros días de su reinado, los emisarios del faraón en Oriente Próximo

               empezaron a comunicar noticias inquietantes a Egipto. En todo el litoral oriental
               del  Mediterráneo  se  estaban  saqueando  e  incendiando  ciudades  y  puertos,  y

               naciones enteras se estaban postrando. Aunque las comunidades costeras sufrían

               el  asedio  de  los  piratas  desde  hacia  décadas,  esta  nueva  agresión  era  de  una

               envergadura totalmente distinta. Y lo más terrible de todo era que había surgido
               de repente, y la primera señal del ataque inminente había sido ya la propia visión

               de los barcos enemigos en el horizonte occidental. Para cuando los habitantes de

               los puertos mediterráneos pudieron preparar sus defensas, el enemigo ya se les
               había echado encima. Mientras Egipto observaba desde lejos, grandes ciudades y

               civilizaciones  eran  reducidas  a  escombros,  y  los  logros  culturales  de  muchos

               siglos se desvanecían en el aire.
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