Page 512 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Aquel sería el último de tales alardes en boca de un kushita.





               DULCE VENGANZA


               El  idilio  egipcio  de  Tanutamani  resultaría  extremadamente  breve.  Al  cabo  de

               unos meses, hacia finales del 664, Asurbanipal respondió a la conquista kushita
               y a la ejecución de su leal lugarteniente Necao invadiendo Egipto por segunda

               vez.  Menfis  cayó  fácilmente,  ayudada  por  las  persistentes  tendencias

               antikushitas y la doblez egoísta de los vasallos del delta. Pero esta vez no era ese
               su  principal  objetivo.  Lejos  de  ello,  Asurbanipal  tenía  puestas  sus  miras  en

               Tebas,  la  capital  religiosa,  partidaria  desde  hacía  largo  tiempo  de  la  causa

               kushita.  Tras  una  marcha  de  solo  cuarenta  días,  el  ejército  asirio  llegó  a  las
               puertas de la gran ciudad. Tanutamani apenas tuvo tiempo de huir antes de que

               los  temibles  mesopotámicos  invadieran  las  calles  de  la  urbe,  saqueando  los

               templos y llevándose los tesoros acumulados durante catorce siglos: «Plata, oro,

               piedras preciosas … ropas de lino con adornos multicolores … y dos obeliscos
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               de electrum sólidamente forjados, que se alzaban en la puerta del templo».  Los
               ecos del saqueo de Tebas resonarían por todo el mundo antiguo como un desastre

               cultural  de  proporciones  épicas.  Asurbanipal  lo  resumiría  sucintamente  al
               jactarse de hacer que «Egipto y Nubia sintieran terriblemente mis armas».             16

                  Los kushitas habían sido expulsados de regreso a Kush, para no volver más.

               Todo Egipto, desde Abu hasta las orillas del Mediterráneo, reconocía ahora a los

               asirios como sus amos y señores. Pero si Asurbanipal creía que aquello era el
               anuncio  de  un  largo  período  de  control  asirio  en  el  valle  del  Nilo,  no  había

               contado  con  los  más  intrigantes  y  mejor  dotados  de  todos  los  supervivientes

               políticos:  los  gobernantes  de  Sais.  Las  lindes  occidentales  del  delta,  con  su
               escasa  población  y  su  baja  productividad  agrícola,  siempre  habían  tenido  una

               importancia relativamente menor para el Estado egipcio, y ello a pesar de que,

               como demostrara Tefnajt en la década del 720, podían proporcionar una base de
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