Page 525 - Auge y caída del antiguo Egipto
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el derecho a ocuparlo en el futuro y destituyó a quien en ese momento lo ejercía,
               Anjnesneferibra, que llevaba nada menos que sesenta años en el puesto. Ya no

               habría  más  «esposas  del  dios»  que  pudieran  actuar  como  aglutinadoras  del

               sentimiento  nacional  egipcio  en  el  Alto  Egipto.  Tampoco  es  que  todos  los
               funcionarios egipcios vieran la conquista persa como una calamidad; a algunos

               de ellos les resultó bien fácil cambiar de chaqueta en cuanto hubieron de afrontar

               la  nueva  realidad.  Uno  de  ellos  era  el  «supervisor  de  trabajos»,  Jnemibra.

               Procedente de una larga estirpe de arquitectos cuyos orígenes se remontaban a
               setecientos cincuenta años atrás, en el reinado de Ramsés II, Jnemibra, como su

               padre, su abuelo y su bisabuelo antes que él, llevaba un nombre manifiestamente

               legitimista  (en  su  caso,  el  nombre  de  trono  de  Ahmose  II),  y  había  servido
               fielmente a su faraón en las canteras del Uadi Hammamat. Pero, pese a toda su

               declarada lealtad a la dinastía saíta, no mostró la menor vacilación a la hora de

               adaptarse a la invasión persa. No solo sobrevivió al cambio de régimen sino que

               prosperó; siguió sirviendo a sus nuevos amos, los persas, y fue recompensado
               por sus desvelos con un puñado de lucrativos cargos sacerdotales. Para muchas

               personas  como  Jnemibra,  la  ambición  personal  siempre  triunfaba  sobre  el

               patriotismo.
                  Otros quizá tuvieron motivos ligeramente más altruistas para colaborar con los

               persas.  Para  la  élite  egipcia,  nada  encarnaba  mejor  su  preciada  cultura  y  sus

               preciadas tradiciones que su religión. De hecho, todos los miembros prominentes
               de  la  sociedad  se  esforzaban  en  demostrar  su  piedad  a  su  culto  urbano,  y  el

               patrocinio activo del templo local era un requisito previo para ganarse el respeto

               de la comunidad. Al verse frente a conquistadores extranjeros que adoraban a
               dioses  extraños,  algunos  egipcios  decidieron  no  luchar  y,  en  lugar  de  ello,

               intentar ganarse a los persas para la «causa» del modo de vida egipcio.

                  Un  personaje  oriundo  de  Sais,  la  más  orgullosa  de  las  ciudades  del  delta,

               consiguió hacer justamente eso. Udyahorresne tenía las credenciales adecuadas.
               Su padre había sido sacerdote del templo local y él se educó en una profunda

               devoción a la diosa Neit. Como muchos otros saítas antes que él, Udyahorresne
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