Page 530 - Auge y caída del antiguo Egipto
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mostraba el emblema de la unificación egipcia bajo un disco solar alado, con una
inscripción laudatoria en jeroglíficos. Siguiendo la ancestral costumbre
faraónica, la versión egipcia incluía también un friso con veinticuatro figuras
arrodilladas, cada una de ellas posada en un anillo oval que contenía el nombre
de una provincia imperial. Tales escenas debían de resultarle familiares a
cualquier egipcio que conociera los grandes templos del territorio; salvo por el
hecho de que, en los monumentos de Darío, uno de los territorios sometidos era
el propio Egipto. Poco consolador resultaba que este apareciera enumerado junto
a tierras tan exóticas y fabulosas como Persia, Media, Babilonia, Asiria y hasta
la India. Darío remataba el mensaje en el otro lado de la estela, donde se jactaba
de lo siguiente: «Yo, un persa, con los persas conquisté Egipto. Ordené excavar
un canal desde el río que está en Egipto —el Nilo es su nombre— hasta el río
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amargo [esto es, el mar Rojo] que fluye desde Persia». Para celebrar la
inauguración oficial de su proyecto en el 497, el rey visitó en persona el canal y
contempló con orgullo como una flota de veinticuatro barcos cargados con
tributos egipcios navegaban lentamente hacia el este, rumbo a Persia.
Si el antiguo canal de Suez nació de un interés por las rutas comerciales
marítimas, el deseo de los persas de controlar las rutas del desierto que cruzaban
el Sahara, en el otro extremo de Egipto, dio lugar a una hazaña de ingeniería
igualmente impresionante. Jarga, el más meridional de los cuatro grandes oasis
egipcios, representaba desde hacía largo tiempo un nexo clave en las
comunicaciones a través del desierto, donde convergía una red de pistas que
unían el valle del Nilo con Nubia, en el sur, y con los territorios de más allá del
Sahara, en el oeste. Desde finales del Imperio Antiguo, el oasis de Jarga no
estaba poblado de forma permanente. El clima simplemente se había vuelto
demasiado árido, y las precipitaciones anuales eran insuficientes para sustentar
siquiera a una pequeña población. Con su acostumbrado ingenio, los persas
dieron dos respuestas al problema. En primer lugar, introdujeron el camello en
Egipto. Traído de sus provincias bactrianas y árabes, este revolucionó los viajes
por el desierto, permitiendo que las caravanas recorrieran distancias mucho