Page 535 - Auge y caída del antiguo Egipto
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duplicidad de los saítas.
Pese a su crueldad, Amenirdis no disfrutó mucho tiempo de su recién ganado
trono. Al tomar el poder por medio de la astucia y la fuerza bruta, había
despojado al rango de faraón de cualquier aureola de misterio que aún le
quedara, poniendo de manifiesto aquello en lo que la corona se había convertido
realmente (o lo que siempre había sido tras el tupido velo del decoro y la
propaganda): el supremo trofeo político. Los vástagos de otras poderosas
familias del delta pronto tomaron buena nota de ello. En octubre del 399, un
caudillo rival de la ciudad de Dyedet montó su propio golpe de Estado,
expulsando a Amenirdis y proclamando una nueva dinastía.
Para marcar aquel nuevo comienzo, Nayfaarudye de Dyedet adoptó
deliberadamente el nombre de Horus de Psamético I, el más reciente fundador de
una dinastía que había liberado a Egipto del dominio extranjero. Pero ahí
terminaba la comparación. Siempre receloso de las posibles represalias persas, el
breve reinado de Nayfaarudye (399-393) estuvo marcado por una febril actividad
defensiva. Su política exterior más significativa fue la de cimentar una alianza
con Esparta, enviando cereales y madera para ayudar al rey espartano Agesilao
en su expedición a Persia.
En el 393, cuando el heredero de Nayfaarudye, Hakor, se convirtió en rey, era
la primera vez en cinco generaciones que un hijo autóctono sucedía a su padre en
el trono de Egipto. A pesar de tener un nombre que significaba «el árabe», Hakor
estaba orgulloso de su identidad egipcia y decidido a cumplir con las
tradicionales obligaciones de la monarquía; uno de sus epítetos favoritos al
comienzo de su reinado fue «el que satisface a los dioses». Pero la piedad por sí
sola no bastaba para garantizar la seguridad. Tras apenas un año de gobierno, la
rivalidad interna entre las principales familias de Egipto golpeó de nuevo. Esta
vez le tocó a Hakor ser depuesto cuando un competidor usurpó tanto el trono
como los monumentos de la joven dinastía.
El carrusel de la política faraónica siguió dando vueltas, y solo pasaron otros
doce meses antes de que Hakor reconquistara su trono, proclamando con orgullo