Page 536 - Auge y caída del antiguo Egipto
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que estaba «repitiendo [su] aparición» como rey. Pero aquello no era más que
jactancia huera; la monarquía había tocado fondo. Desprovista de respeto y
despojada de misterio, tan solo era una pálida imitación del esplendor del pasado
faraónico. Hakor logró aferrarse al poder durante otra década, pero su débil hijo
y sucesor (un segundo Nayfaarudye) duró apenas dieciséis semanas. En octubre
del 380, un general del ejército de Tyebnetcher se apoderó del trono.
Representaba a la tercera familia del delta que gobernaba Egipto en solo dos
décadas.
Sin embargo, Najtnebef (380-362) era un hombre de una pasta distinta de la
de sus inmediatos predecesores. Había presenciado de primera mano la reciente
y encarnizada lucha entre distintos caudillos rivales, incluido «el desastre del rey
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que vino antes», y supo entender mejor que nadie la vulnerabilidad del trono.
Como hombre del ejército, sabía que el poderío militar podía representar un
requisito previo para el poder político; su prioridad número uno, con el país
viviendo bajo la constante amenaza de una invasión persa, era la de ser «un rey
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poderoso que guarde a Egipto, una muralla de cobre que proteja a Egipto». Pero
también era consciente de que no bastaba solo con la fuerza. La corona egipcia
siempre había funcionado mejor en un nivel psicológico; por algo Najtnebef se
describía a sí mismo como un gobernante «que extirpa los corazones de quienes
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albergan un corazón traicionero». Si se pretendía restablecer el prestigio de la
monarquía, esta tenía que proyectar una imagen tradicional e inflexible ante el
país en general. Así, junto con las habituales maniobras políticas (como la
asignación de todos los puestos más influyentes del gobierno a sus parientes y a
sus partidarios más fieles), Najtnebef emprendió el más ambicioso programa de
construcción de templos que el país había visto desde hacía ochocientos años.
Quería demostrar sin lugar a dudas que era un faraón a la manera tradicional. En
la misma línea, uno de sus primeros actos como rey fue asignar una décima parte
de los reales ingresos recaudados en Naucratis —procedentes de aranceles
aduaneros sobre importaciones fluviales y de impuestos sobre productos de
fabricación local— al templo de Neit en Sais. Con ello lograba el doble objetivo