Page 539 - Auge y caída del antiguo Egipto
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del diario oficial de guerra. En el antiguo Egipto las palabras tenían una gran
potencia mágica, de modo que se trataba de un papel extremadamente delicado
para el que un mago bien dotado y archileal era la opción obvia. Pero no bien
hubo partido Unnefer con el rey y con el ejército en su avance hacia Asia cuando
al regente en Menfis le fue entregada una carta que involucraba a aquel en un
complot. Así pues, Unnefer fue detenido, atado con cadenas de cobre y
conducido de vuelta a Egipto para ser interrogado en presencia del regente.
Como cualquier funcionario de éxito en el Egipto del siglo IV, Unnefer era
experto en salir airoso de situaciones comprometidas. Gracias a unas cuantas
maniobras astutas, surgió de aquella experiencia terrible como un confidente leal
del regente; le dieron protección oficial y lo colmaron de regalos.
Mientras tanto, y antes de que se hubiera disparado una sola flecha, la mayor
parte del ejército había empezado a abandonar a Dyedhor en favor de uno de sus
jóvenes oficiales: nada menos que un personaje como el príncipe Najthorhabet,
sobrino del propio rey e hijo del regente. Agesilao, el espartano, desempeñó a
fondo su papel de persona de enorme influencia: se unió a la suerte del príncipe,
lo acompañó en su regreso triunfal a Egipto, rechazó a un contrincante y,
finalmente, presenció su entronización como faraón. Por sus esfuerzos recibió la
principesca suma de 230 talentos de plata —lo bastante para financiar a cinco
mil mercenarios durante un año— y regresó a su hogar, a Esparta.
Por su parte, Dyedhor, deshonrado, abandonado y depuesto, escogió la única
opción posible y huyó para echarse en brazos de los persas, el mismo enemigo al
que había estado preparándose para combatir. Unnefer fue puntualmente enviado
al mando de un destacamento de fuerzas navales para peinar Asia y buscar al
traidor. Finalmente Dyedhor fue localizado en Susa, y los persas se mostraron
más que encantados de librarse de tan incómodo huésped. Unnefer lo llevó de
vuelta a Egipto encadenado, y el rey, agradecido, le colmó de regalos. En una
época de inestabilidad política salía a cuenta estar en el bando de los vencedores.